sábado, 30 de mayo de 2020

Medusas en tiempos del Coronavirus

A todos nos pierde alguna obsesión. En concreto a mí, la de proteger nuestro planeta. El propio Principito me lo dice: ¡Papá, tú habrías sido un guardabosques estupendo! Y es que regularmente acudimos con nuestra asociación Educamor? a retirar colillas en la ribera del Bernesga, a sabiendas de que cada una de ellas contiene miles de sustancias tóxicas, puede contaminar hasta diez litros de agua y tardar en reciclarse más de diez años. ¿Son conscientes de ello tantos fumadores que las arrojan?... En cada salida con nuestro grupo de montaña Pequeyordas llevamos alguna bolsa para recoger los residuos que encontramos, sabedores de que una botella de vidrio tardaría siglos en degradarse. ¿Le importa algo a esos excursionistas que las dejan?... Durante nuestras vacaciones de verano en la playa, organizamos batidas con otros niños para recoger los plásticos de la costa, conocedores de que un solo botellín puede generar millones de partículas microscópicas. ¿Acaso le interesa a algún bañista? 
Me ocupa que a principios de febrero la Antártida rozase los 20º C. de temperatura, cuando debería estar en torno a los 0ºC... Me entristece que solo en el mes de agosto del año pasado se quemase en la Amazonia una superficie de selva equivalente en espacio a más de cuatro millones de campos de fútbol... Y me apena que la asociación ecologista Opération Mer Prope anuncie en estos tiempos del Coronavirus que como consecuencia de nuestra irresponsabilidad pronto habrá más mascarillas que medusas en el Mediterráneo.
Como no aprendemos, seguimos arrojando nuestros desperdicios -en este caso guantes, mandiles y demás- sin apenas control, habiéndose constatado que muchos de ellos llegan al mar para acumularse en su fondo. 
A menudo, el Principito ejerce de mi Pepito Grillo particular: ¿Tú crees que a alguien más le preocupa? Y la Sirenita nos advierte de que prefiere los cuentos de medusas, sin conceder la menor opción a ninguna otra basura.
Quizá me pierdan mis obsesiones, pero intuyo que la próxima pandemia será por un desastre medioambiental... Aunque antes de dar todo por perdido, insistiré en que podemos revertirlo simplemente mejorando nuestra actitud. 
Con todo lo vivido, ¡no sé qué más necesitamos para cambiar!

viernes, 29 de mayo de 2020

Insomnio en tiempos del Coronavirus

En otra noche de insomnio seguimos calculando cientos de índices para ver si en esta desescalada en tiempos del Coronavirus nuestra provincia puede cambiar de Fase.
Entre tanto, recibo el wasap de un amigo quien me aconseja que no me agobie por eso: decidamos lo que decidamos, la gente en la calle ya está en Fase Cuatro. El bar de la esquina aceptó las normas de la Primera aumentando sin límite y sin permiso el espacio de su terraza... Si disfrutas de algún paseo por la ribera a partir de las siete de la tarde, coincidirás con decenas de niños... E incluso puede ocurrir, como ha ocurrido hoy, que la trabajadora de una residencia para mayores nos solicite su quinta PCR -prueba diagnóstica de esta infección- porque por quinta vez olvidó implementar las oportunas medidas de prevención. Por mucho que alegue que es muy afectuosa con los ancianos, en las actuales circunstancias lo que realmente sería es una irresponsable.
Mi amigo me insiste en que vaya a dormir; el hombre es el único animal capaz de perderse en un laberinto, de tropezar dos veces con la misma piedra. Tal vez, como anticipara Mary Poppins en otra de sus lecciones, mañana los adultos lo habrán olvidado todo. Y es que a pesar de lo mucho que sabemos, a menudo parecemos incapaces de aprender de nuestros errores.

jueves, 28 de mayo de 2020

El último aplaudidor

Como vivimos en el primer piso, disponemos de esa terraza que da a un patio de vecinos. Allí es donde más hemos jugado durante este confinamiento. Y allí también, a través de sus ventanas, coincidíamos todos a las ocho de la tarde para aplaudir a tantos profesionales -sanitarios o no- que han combatido y siguen combatiendo contra ese maldito Coronavirus.
Aquel domingo alguien decidió que fuera el último; las ovaciones se apagaron. Sin embargo, desde algún balconcillo de allá arriba, unas palmas tenues continúan acudiendo cada día a esa cita. Es el aplauso sincero de cierto señor de edad avanzada, que sale, aplaude un minuto y se retira de nuevo a su aposento.
Ayer mi Sirenita quiso saludarle desde abajo, pero él no la vio. Según nos dijo su hija, apenas tiene recuerdos y no se entera de mucho. Además, desde que pasó esa COVID19 que le tuvo ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos, se ha quedado muy débil. El único exceso que desempeña a lo largo de su jornada es realizar ese gesto, para dar las gracias a aquel personal del Hospital que le salvó la vida.
Su yerno insiste en que nunca recuerda nada, si bien aún conserva una memoria que -incluso las personas consideradas sanas- olvidamos fácilmente: la de la gratitud.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Aquella lección de Periodismo

Hoy es el cumpleaños de mi sobrina Mariela; una joven supermaja, responsable, buena, cariñosa, escritora de guiones -sigo apostando firmemente que algún día rodarán alguna película suya- y periodista. En este sentido, hubo cierta ocasión en la que compartí con ella esa lección de Periodismo que me diera la Vida.
Ocurrió en diciembre del año 2008 con motivo de la presentación de mi libro Mi planeta de chocolate (Ediciones Irreverentes). Aquel acto resultó de lo más mediático -sin duda, el que más de todos-, al juntarse en la sala distintos diplomáticos, políticos y reporteros, atraídos por el hecho de que tal novela abordase el tema de los pequeños exiliados a México durante la Guerra Civil Española -los llamados niños de Morelia-. Además, acababa de fallecer doña Amalia Solorzano, mujer del que fuera entonces su presidente, Lázaro Cárdenas, por lo que la convocatoria desbordó con creces cualquier previsión.
Tras comentar mil y un detalles sobre esa obra, comenzó la rueda de prensa. Y en ella, alguien preguntó si en algún momento esos chiquillos tuvieron oportunidad de regresar a España. Como sabía la respuesta, apunté que en 1941 Franco se dirigió a Cárdenas proponiéndole la posibilidad de que aquellos que tuvieran familia en nuestro país pudieran volver con ella. Lo indiqué sin adjetivos en el contexto de una entrevista, de la manera más aséptica que supe y sin posturarme en ningún sentido.
A la mañana siguiente, aquel comentario se convirtió en primicia para varios medios... Y en titular para dos. En uno, se citaba que semejante ofrecimiento se debió a razones humanitarias... Para otro, la motivación fue con fines propagandísticos. Luz y sombra, cara y cruz. Dos caras distintas ante una misma moneda. Doy fe de que no puse ninguna coletilla, y que ambas se añadieron al margen de mis palabras.
Aquella tarde descubrí que hay medios -nunca diré que la mayoría- que editan cualquier noticia acomodándola a su interés, de manera que una sola realidad acaba teniendo diferentes versiones... acaba confundiendo. Algo que, tristemente y sin pretender matar a ningún mensajero, estoy redescubriendo en estos tiempos del Coronavirus.

martes, 26 de mayo de 2020

Abrazos seguros en tiempos del Coronavirus

En estos tiempos del Coronavirus nos hemos redefinido. Casi por arte de magia, hemos descubierto que no somos todopoderosos, ni el centro del universo, ni tan siquiera los reyes del mambo. Quizá sepamos ahora que vivíamos muy deprisa, que éramos menos solidarios de lo que creímos, que las cosas cotidianas poseen valor añadido... Tal vez también recordemos que somos animales de compañía, que precisamos del roce, del contacto físico, de una caricia sentida. Puede ser que por ello hayamos aprendido a sonreír con los ojos, a potenciar entre mascarillas nuestro lenguaje gestual.
Bajo esta premisa, valoro sinceramente ese invento casero llamado Abrazos seguros, que hace posible rodear a la persona añorada sin contacto físico. Se trata de otro diseño que acaban de estrenar en la Residencia de Mayores Delicias, de Zaragoza, gestionada por la Fundación Rey Ardid: un burro para colgar la ropa, ese hule transparente y los brazos de esos equipos de protección individual cosidos con maña permiten el milagro de que dos seres queridos puedan abrazarse sin que exista riesgo alguno de contagio.
Y es que el ingenio humano resulta ilimitado, abarcando en su arcoíris desde la concepción de cualquier vacuna hasta la de algún artilugio de lo más sencillo que otorgue esa opción extraordinaria de transmitir nuestros afectos... sin transmitir ningún microorganismo.

lunes, 25 de mayo de 2020

Los últimos de la clase

Siendo un niño de EGB me surgió la posibilidad de dar clases a domicilio a cierto vecino dos años menor que yo. Serían de Matemáticas, Lengua y sobre todo Inglés; a veinticinco pesetas la hora, que por aquel entonces nos vendrían muy bien. Además ese chiquillo parecía especialmente majo. Era risueño y jugábamos a fútbol en el equipo del barrio.
Recuerdo que el primer día, su madre me recibió con halagos:
- A ver si aprendes algo de Manolito, el más listo de su clase- le advirtió a su hijo refiriéndose a mí-. No como tú, que eres el último de la tuya.
Tras impartir aquella sesión, me despidió con una moneda de cinco duros y dos vasos de limonada.
El tiempo fue pasando y, a pesar de mi ayuda, aquel rapaz acabaría repitiendo curso.
En nuestra juventud, la Vida nos separó. Yo accedí a la Universidad y él se inscribió en cierta formación política. Desde allí fue medrando poco a poco. Empezó como afiliado de base, luego siendo concejal... hasta acabar con el tiempo presidiendo una Dirección General. Es cierto que entre medias cambió alguna vez de partido, pero de lo que no cambió nunca fue de objetivo: sobrevivir en Política.
Casual o causalmente, la última vez que coincidimos fue en esa estación de tren. Él regresaba de otra reunión ministerial; nosotros partíamos de vacaciones. Sonriendo como siempre, comentó a la pareja que le acompañaba que yo había sido su primer profesor de inglés.
- Para lo poco que sabes, no te sirvió de mucho -añadiría ella.
Tras despedirnos, compartí con mi mujer aquella anécdota y el cargo institucional que entonces desempeñaba.
- Desde luego, por fuera nadie lo diría.
Quizá por dentro tampoco.
En cualquier caso, nos llama la atención las vueltas que da esta Vida. A pesar de los augurios de su madre, él es quien a estas alturas me saca siete niveles administrativos... Y sobre todo, él es quien toma decisiones que luego debo cumplir. 
Tal vez esa sea mi penitencia por haber consentido que a diferentes estancias accediesen a dirigirnos tantos últimos de la clase.

domingo, 24 de mayo de 2020

Imitando a mis hijos

Dicen que los hijos imitan a sus padres. Yo matizaría esta frase: los niños imitan a quienes aman. Y precisamente en ese proceso asienta una parte fundamental de su aprendizaje.
Quizá por eso, al Principito le encante el balonmano; aquel deporte que yo practiqué en el colegio y con el que alcanzamos incluso un campeonato escolar... Tal vez por ello quiera que gane nuestro Real Zaragoza, que cuando sale del coche se despida dando dos toquecitos al cristal -algo que curiosamente hacemos todos en mi familia- o que en cada excursión al campo cultive la costumbre de abrazar a algún árbol desde que sabe que ahí radica el secreto para conectar con la Naturaleza. Será que los chiquillos aprenden lo que viven... Y si anticipa que no le gusta la Medicina, creo que es más porque alguien le dijo que para estudiarla debería renunciar a muchos juegos que por falta de reflejo en mi persona.
En la Sirenita encuentro otros detalles míos. Le entusiasma leer, disfruta saboreando un tazón de chocolate y -ella sí- juega a médicos con sus muñecas. De manera que les ausculta con el fonendo, receta cualquier jarabe si tosen y en su consulta de ficción -lo que aprendió seguramente de mí- permanece atenta a dos teléfonos: uno el personal y otro el de guardia, por si sonase y tuviera que salir.
Sin embargo, lo que más me llega es que adora contar cuentos. Algunos prestados, otros míos... Y varios ideados por ella sola. Son historias sencillas, con una doctora protagonista que en sus aventuras atiende a niños que caen de su bicicleta, que se rasparon en los columpios o a quienes mordió una avispa.
Evidentemente, ser modelo de alguien resulta muy difícil, y más de serlo para tus hijos. Se trata de un proceso permanente, que exige coherencia, que conlleva una responsabilidad.
En estos meses de confinamiento esa interacción de ida y vuelta se ha intensificado. Porque yo también he aprendido mucho de ellos. Sobre todo esas tres cosas que, como asegurase el maestro Coelho, un pequeño puede siempre enseñar a los adultos: a ponerme contento sin motivo, a no estar desocupado y a saber exigir con todas mis fuerzas aquello que deseo.

sábado, 23 de mayo de 2020

En otra noche de Viernes

Me gustan los Viernes. Quizá sea desde que escuché decir al filósofo Fernando Savater que los mejores días son siempre las vísperas, y el Viernes lo es de los fines de semana... Por ello, durante este confinamiento hemos tratado de hacer de ese día un día especial. Y más desde que leí en cierto libro de Manuel Vicent que nadie muere en la víspera.
De manera que en esa jornada decidimos desde el principio hacernos algún regalo: de papá-mamá a los hijos, y viceversa. Hoy al Principito le ha caído un muñeco articulado, a la Sirenita dos libros de cuentos y a nosotros tres dibujos con colores. Además, como si de un cambio de Fase se tratara, ampliamos a esta fecha el postre con helado de chocolate que reservábamos para sábados y domingos. Charlamos con amigos por videoconferencia, aparcamos hasta el lunes las tareas escolares... Y a fin de acabar el día con sobresaliente, disfrutamos de una película en familia. Esta vez eligieron ellos. Oí que dudaban entre Vaiana y alguna de la serie Toy Story... En cualquiera de los casos, nos tocaría de dibujos animados.
Tras esta pequeña diferenciación pretendemos engañar a la monotonía, evitar ese Síndrome del Domingo Eterno que amenaza con llenar las consultas de mis colegas psiquiatras, recordarnos que estamos vivos, unidos, activos, sonrientes... recargando baterías para el resto de la semana.
Me gustan los Viernes, aunque vuelva a estar de guardia, como este. Al igual que la escritora Nanea Hoffman, me agrada felicitarme por haber sobrevivido otra semana con poco más que cafeína, fuerza de voluntad y un humor inapropiado. Quizá sea porque en mi ópera prima El amor azul marino le dediqué un relato a este día... Tal vez porque yo mismo nací en uno de ellos... O porque, parafraseando al publicista Donny Deutsch, sabrás que estás haciendo lo que te apasiona cuando sientas cualquier momento como la noche de un Viernes.

viernes, 22 de mayo de 2020

Más sanitarios en tiempos del Coronavirus

Familiares, amigos, vecinos, compañeros, colegas, conocidos... A menudo me preguntan ¿cómo estás?, a sabiendas del trabajo que en estos tiempos del Coronavirus estoy realizando como epidemiólogo. Y me consta que importa mi respuesta, pues le prestan toda su atención.
Al igual que la mayoría de los sanitarios, me siento cansado. Hay noches que duermo poco. No tanto por la carga de trabajo -de hecho, hace tiempo que no atiendo pacientes- como por la responsabilidad de tantas decisiones. En estas circunstancias dividieron los festivos, se suman nuestras guardias, ciertas vivencias te restan al límite... Algunas declaraciones de algunos dirigentes nos han hecho mucho daño. Y tampoco apetece compartir en casa demasiados detalles para no preocupar, procurando dejarlos en nuestras consultas como quien deja su bata.
Además en mi caso, allí aguardan dos pequeños cargados de energía para que juegue con ellos... Y después de esa ducha reglamentaria, no les puedo fallar. Porque si bien tal atención podría contribuir a mi cansancio, también es cierto que sus sonrisas, nuestros puzles a medias y esos cuentos que les escribo bajo la complicidad de alguna Luna, poseen tal efecto relajante que alivian mi mente hasta otra nueva jornada.
Con todo, me consta que son muchos los profesionales de la Sanidad que lo están llevando peor. Según un estudio de la Universidad Complutense de Madrid, el 80% de los sanitarios padece episodios de ansiedad y casi la mitad se encuentra emocionalmente agotado. Pese a ello, la inmensa mayoría manifiesta sentirse realizado con su vocación... Y es que hace tiempo que descubrí que no eres tú quien la eliges; es ella quien te escoge a ti.
Estrés, angustia, dolor de cabeza, insomnio, depresión... La mascarilla y esos EPI que labraron tantas dermis nos protegen contra el virus... Pero realmente, ¿quién nos protege contra todo lo vivido?

jueves, 21 de mayo de 2020

Las caras de mi moneda

Desde mi época del instituto, yo he sido un hombre de Ciencias. De hecho, me decanté en el bachillerato por esa rama pura y acabé estudiando Medicina.
Durante la carrera asimilé el llamado método científico, que primero aplicaría a mis trabajos de investigación y posteriormente expuse en tantas clases de la Universidad.
Entre tesis y laboratorios deduje que, sin duda alguna, las leyes de la Ciencia rigen el mundo. E incluso que podría vivirse fuera de ellas, al igual que sobrevive un ermitaño: feliz en su ignorancia de que la Tierra ni siquiera sea plana.
Sin embargo, hubo algo que no aprendí entonces y que me lo ha enseñado esa decana llamada Vida: que hay cosas -bastantes cosas- que la Ciencia jamás podrá explicar.
En estos tiempos del Coronavirus cuesta entender cómo personas con un nivel tan alto de exposición -y pienso en alguno de mis colegas durante el ejercicio de sus funciones- no se han contagiado; cuesta adivinar ciertas recuperaciones a pesar de tantos factores de riesgo... A título personal, tampoco alcanzó a comprender muchas de las emociones vividas.
Y es que, a diferencia de lo que pensaba siendo estudiante, ahora sé que hay demasiados detalles que traspasan los límites de nuestra Ciencia. No en vano, durante estos meses he compartido experiencias con personas de gran calidad humana y profesional a ambos lados de esa frontera, habiendo asumido una mentalidad mucho más integradora. Y aún cuando mi lado científico siga exigiendo rigor a cuantos ensayos pretendan luchar contra la COVID19, mi lado más trascendente -sin renunciar por sistema a ninguna alternativa- velará para que se hagan desde el respeto, la armonía o la compasión.
Será que a estas alturas he acabado descubriendo que ambos forman las caras de mi misma moneda.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Mis factores de riesgo

Durante los diez años que fui profesor de Epidemiología en el Instituto Universitario de Drogodependencias de la Universidad Complutense de Madrid, no dejé de explicar los factores de riesgo -aquellos que se relacionan con el padecimiento de algún proceso o enfermedad-, nulos -aquellos que no ejercen ninguna influencia- y de protección -aquellos que de tenerlos reducen la posibilidad de dicho padecimiento-.
En estos tiempos del Coronavirus he constatado cuáles son esos factores con relación a la COVID19. Revisando la literatura científica publicada al respecto, el prototipo de persona con más riesgo para contraer una infección sería el siguiente: hombre -siendo su tasa de mortalidad prácticamente el doble que en la mujer-, con una edad media de 51 años, según algunos estudios no fumador -si bien los efectos protectores de la nicotina publicados por el Hospital Pitié Salpêtrière de París han encontrado numerosos detractores-, estresados e insomnes por sus circunstancias -atendiendo a los datos presentados por la Rice University-... y en sus formas más graves, con alopecia androgénica -en base a un reciente informe de la Unidad de Tricología del Hospital Ramón y Cajal de Madrid-.
La verdad es que ya puedo cuidarme, ¡porque los tengo todos!
Afortunadamente, y como también dijera en mis clases, existen dos factores de protección universales que siempre nos acompañan: la sonrisa -con ese poder terapéutico impresionante- y el buen humor -síntoma inequívoco de higiene mental-. Porque, como afirmara el ingenioso Charles Dickens, nada en el mundo resulta más saludable... Nada se sabe más contagioso.

martes, 19 de mayo de 2020

Infodemia en tiempos del Coronavirus

Mi abuelo el cuentista siempre nos advertía de que valorásemos todo en su conjunto. De hecho, recuerdo aquel ejemplo que refería: En la Biblia pone literalmente "Dios no existe"... Solo que antes figura "el ateo dice". De manera que o leemos globalmente o corremos el riesgo de quedarnos con una sola frase y sacar alguna conclusión equivocada.
Mi abuela la refranera lo sintetizaba en uno de sus proverbios: Calumnia que algo queda.
De entre mis vivencias, rescato la de aquella periodista que nos acompañó en una misión sanitaria y que al leer posteriormente su crónica distaba demasiado de la realidad que habíamos vivido. Sin duda, para justificar su estancia necesitó adornarla con sensacionalismo.
Y es que aunque asistimos a la era de la información, paradójicamente, jamás han circulado tantos bulos. De hecho, hay quien asegura que la mayoría de las noticias que reenviamos desde las redes sociales son sencillamente falsas. Las vinculadas al maldito Coronavirus se cuentan por millares: remedios sin base científica, orígenes confusos, datos manipulados, imágenes que ni siquiera se corresponden con estos días... Ni la primera mujer que probó una vacuna experimental acabó falleciendo ni se pretende utilizar dicha vacunación para introducirnos ningún tipo de chip, por mucho que lo corrobore un deportista de referencia como Marat Safin. Estas mentiras pretenden crear miedos e incertidumbre, afianzar alguna ideología ensalzando a unos o desprestigiando a otros. En definitiva, desinformar.
A esta epidemia de infoxicación colectiva que se ha desbordado en los últimos meses, la Organización Mundial de la Salud le ha dado nombre propio: Infodemia.
Con el fin de evitarla -con independencia incluso de que coincida o no con lo que pienso- hace tiempo que pongo en cuarentena cuanto me llega, provenga de quien provenga. Acostumbro a buscar la fuente de cada noticia, no quedarme solo con su titular, contrastar los contenidos, rebatirla de considerarlo necesario, jamás compartir cadenas... Y si como tantas ni siquiera me interesa, pasar directamente de ella.
Porque en verdad, la información otorga poder. Pero he descubierto que tanta desinformación nos va a acabar quitando el poquito que nos queda.

lunes, 18 de mayo de 2020

Antivacunas en tiempos del Coronavirus

La Ciencia está llena de dudas, si bien posee razones que resultan irrefutables: el agua potable y las vacunas son los dos logros que más vidas han salvado hasta la fecha en la historia de la Humanidad.
Ante cualquier enfermedad infecciosa, el hallazgo de una vacuna supone un elemento esencial para combatirla, e incluso en algunos casos -como ocurrió con la Viruela y probablemente acabe sucediendo con la Poliomielitis- para su completa erradicación.
En estos tiempos del Coronavirus existe otra lucha contrarreloj por parte de diferentes laboratorios para encontrar una vacuna así. De hecho, de mi estancia en el Instituto de Salud Carlos III, conozco personalmente la honestidad de varios científicos españoles que trabajan en alguno de esos proyectos... Sé de la minuciosidad de cada fase en ese proceso de fabricación hasta alcanzar algún producto que sea tan eficaz como seguro... Y me consta también el compromiso adquirido por la Federación Internacional de la Industria Farmacéutica -a la cual pertenece la patronal española Farmaindustria- de que el acceso a los tratamientos y la vacuna contra esta COVID19 sea asequible y equitativo en todo el mundo.
Desde este observatorio que constituye mi Sección de Epidemiología -incluido su Centro de Vacunación Internacional-, contacto a menudo con personas que están en contra de cualquier vacunación. Cierto es que en España esta praxis no resulta obligatoria -salvo en circunstancias especiales de Salud Pública-, pero cierto es también que constituye un ejercicio de responsabilidad y solidaridad. No en vano, el rebrote registrado en algunas enfermedades -como el mismísimo Sarampión- obedece sin duda a tal actitud. Y es que, por el llamado efecto rebaño, cuando yo me vacuno, protejo también a cuantos me rodean.
Durante estos días, he tenido acceso a un estudio francés en el que se avanza que al menos una cuarta parte de la población rechaza de entrada su posible vacunación frente a Coronavirus. Paralelamente, he recibido por wasap varios mensajes de personas generadoras de opinión, posturándose en contra de cualquier preparado que pudiera descubrirse. Entre sus razones figuran argumentos subjetivos del tipo no quiero aumentar mis posibilidades de enfermar, no contribuiré al negocio de estas multinacionales farmacéuticas o no soy un inconsciente con el que puedan ensayar. Evidentemente, todas las opiniones son respetables, pero ante tal escenario cabría la posibilidad de que no se alcanzase inmunidad de grupo y consecuentemente la pandemia no se pudiera extinguir.
De ahí que con franqueza pretenda desactivar tales premisas, desde esa convicción compartida con Jeffrey Kluger, uno de mis escritores de cabecera: las vacunas salvan vidas; lo que las ponen en peligro son nuestros miedos.

domingo, 17 de mayo de 2020

En la última salva de aplausos

Esta tarde a las ocho -como prácticamente cada día- nos hemos sumado a esa última salva de aplausos para homenajear a cuantos trabajadores han estado en primera línea contra el Coronavirus, convocada como un final digno de este símbolo de nuestra lucha. Y es que, con eso de los paseos a partir de esta hora, resultaba evidente que la afluencia en los balcones había disminuido.
Mi vecino de arriba mantuvo su costumbre de empezar a menos dos minutos. Ciertamente, a las personas nos cuesta mucho cambiar.
El de la derecha insistió en que este bicho es un producto de laboratorio. No tiene argumentos de base, pero se lo dice su intuición. Yo le he dado mi opinión llena de dudas: por lo que sé, parece un virus de origen natural a cuya expansión ha contribuido el deterioro de nuestra Biodiversidad. No le he convencido aunque tampoco lo pretendía. Y menos compitiendo con la de ese presidente llamado Trump, que sugiere beber desinfectantes para curarse de la infección.
Mi vecina de la izquierda me ha preguntado por el género del microorganismo. ¿Se dice el COVID-19 o la COVID-19? Le he aclarado que COVID-19 se cita en femenino porque se atribuye a la enfermedad -del inglés Coronavirus Disease 2019-, no debiéndose confundir con el virus SARS-CoV-2 -Severe Acute Respiratory Syndrome Coronavirus 2- al que nos referimos en masculino. Me ha dado las gracias por wasap.
El vecino de abajo compartió conmigo que ha encargado a cierta empresa alemana desinfectar mediante Ozono todos sus enseres. Puestos a limpiar, que sea con lo más caro. Ignoro cuánto le habrá costado; tampoco me he atrevido a recordarle cuál es el método más eficiente: la lejía española. Será porque a menudo, lo mejor acostumbra a ser lo más sencillo.
Y la del tercero volvió a preguntarme cómo era Fernando Simón en nuestros tiempos de Universidad. ¿Ya se atragantaba por entonces comiendo almendras? Como últimamente no atiendo al telediario, he sido incapaz de verle ninguna gracia.
Sin duda ha resultado la salva más sonora, la más emotiva... Con otro Resistiré de fondo en su versión tan moderna, con ese trombón de Manuel pequeño sonando de las suyas. Y aun cuando haya sido la última, recordaremos por siempre tantos aplausos en familia con lo mucho que significaron.
Resumiendo su esencia en una sola palabra: GRACIAS.

viernes, 15 de mayo de 2020

Arreglando palabras

Cuando escribí aquel diccionario incluido en mis Nanas para un Principito (MAR Editor), Manuel pequeño estaba convencido de que su papá arreglaría el mundo. Ahora, cuando lo leemos juntos en la cabecera de su cama, ya sabe que no podré.
Durante estos tiempos del Coronavirus, mi hijo me ha visto triste, preocupado, a veces decaído... Razones ha habido para ello. Pero siempre -a pesar de las circunstancias- mirando en positivo, hacia delante y convencido de que, si no este mundo, al menos queda el recurso de arreglar nuestras palabras.

Abanico: Aire sin luz.
Anticipación: Sexto sentido de los ganadores.
Crisis: Situación en la que cada novedad es peor que la anterior.
Culpable: Lo primero que buscan las personas cuando tienen un problema. Lo segundo es una solución.
Diplomacia: Habilidad consistente en decir cortésmente lo que se piensa, aunque no se piense cortésmente lo que se diga.
Estrés: Exposición prolongada a la vida al límite.
Felicidad: Estado de ánimo que solo se alcanza cuando no tenemos miedos.
Hipótesis: Idea que en teoría pretendemos demostrar y que en la práctica necesitamos imponer.
Imaginar: Forma verbal de la palabra Magia.
Ironía: Amor con sentido del humor.
Leer: Forma verbal de la palabra Elección.
Lo siento: Combinación de vocablos que únicamente dicen quienes son muy valientes, muy maduros o muy sensibles.
Magia: Arte de crear ilusiones. No confundir con Amor, que es el arte de vivirlas.
Ostentación: Habilidad para demostrar que eres el más rápido, el más alto o el más fuerte, aun a riesgo de que alguien pueda creer que es verdad.
Perro: Dícese del mejor amigo del hombre, siempre que este no vaya en bicicleta.
Rencor: Sentimiento de pena o tristeza que produce la ausencia de las personas odiadas.
Saludar: Forma verbal de la palabra Salud.
Valentía: Virtud en peligro de extinción consistente en asumir debilidades sin proyectar culpas.

jueves, 14 de mayo de 2020

Lobos en tiempos del Coronavirus

Quien haya tenido como yo un abuelo pastor, comprenderá porque el Lobo es el malo de tantos cuentos. Él tenía pavor a que este animal atacara a su rebaño con nocturnidad y alevosía, simbolizando tanto el mal como el peligro que acecha a la población. Y así, mientras mi abuela nos animaba a contar ovejitas antes de dormir, él nos amenazaba con que vendría esa bestia si hacíamos cualquier diablura.
Casual o causalmente, Juan y el Lobo -que no la composición sinfónica Pedro y el Lobo con la que a veces lo confundimos- es otro de esos cuentos que les encanta a mis hijos. En él, un pastorcillo travieso alarma sin fundamento a sus aldeanos gritando ¡que viene el Lobo!, para luego regocijarse cuando acuden a auxiliarle. Al final, ese cánido llega de verdad causando estragos entre su ganado, porque después de tantas mentiras ningún vecino responde a su llamada.
Aunque a menudo en la vida real sucede lo mismo, hay veces que por mucho que alertes -por supuesto, siendo veraz- tampoco nadie nos hace caso... o al menos, no tantos como deberían.
Me consta que empieza a preocupar el aumento de niños infectados por Coronavirus -incluso con ingresos hospitalarios- desde que se autorizaron sus salidas. Ciertamente -lo escribo convencido- esa medida era necesaria. Se advirtieron las maneras, el horario, la duración e incluso su distancia. Pero me da que hemos vuelto a pecar de lo de siempre: nuestra actitud.
A través de tantas imágenes que circulan por las redes -y reconociendo a esa mayoría respetuosa- aún vemos a mucha chiquillería reunida en corrillos, ante reencuentros con besos, frente a partidos de fútbol... Sin ir más lejos, en la salida de ayer una pequeña se acercó a la mía para jugar -algo, por cierto, de lo más normal- mientras que, al marcarle yo las distancias, su madre me pedía que estuviese tranquilo porque la chiquilla estaba bien y no le transmitiría nada -algo, por cierto, de lo más irresponsable-.
Atendiendo a las tasas de seroprevalencia que estamos constatando, sigue habiendo un riesgo real de repunte que nos costaría demasiado superar. De momento, el número de contagios en las franjas de edad de los menores -tanto de 0 a 9 años, como de 10 a 18- se ha incrementado durante estas últimas semanas más que en ningún otro grupo. Por eso, insistimos: ¡que nadie baje la guardia!... Y es que si no, correremos el riesgo de convertirnos en Lobos de nosotros mismos.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Enanitos en tiempos del Coronavirus

Blancanieves y los siete enanitos es uno de los cuentos preferidos de mis hijos. Siempre que lo compartimos, en esa antesala de nuestros sueños, recitamos de memoria los nombres de cada personaje: Bonachón -o Feliz, según las versiones-, Dormilón, Gruñón, Mocoso, Mudito, Romántico -Tímido- y Sabio.
De paso recuerdo aquello que, en clase de Psicología, explicó cierto ponente sobre esta historia: en los relatos populares encontraremos respuestas a cuantas preguntas nos hagamos... Y si Blancanieves simboliza la Inocencia y su madrastra la Vanidad, cada enanito representa una dimensión de todos los seres humanos. De hecho, ni siquiera resulta casual que sean mineros: para alcanzar nuestra esencia, debemos cavar hacia el interior.
En esta sociedad pintada por la COVID19, a menudo imagino a cada uno de ellos. Existen ciudadanos Bonachones que constituyen mi voz de la conciencia. Suelen ser alegres y respetuosos -a veces incluso en demasía-, mostrando su enfado cuando se incumplen las reglas... Los hay Dormilones, quienes anclados en su pasividad se comportan según sienten. Buscan saciar su pasión sin importarles las consecuencias, por lo que podemos encontrarlos entre aquellos que abiertamente se saltan cualquier norma... Muchos son Gruñones, reflejando nuestro lado más crítico tanto para los de arriba como para los de abajo. Pese a andar enfadados porque a su manera nos habría ido mejor, en el fondo pretenden el bien común. Tal vez por eso, según el cuento, no tengan mal corazón... Luego están los Mocosos, quienes con su alergia y sus quebrantos representan la dimensión corporal. Buscan una vida en equilibrio, con frecuencia de forma obsesiva. Desesperados en casa, estaban deseando que les dieran permiso para salir a entrenar... Otros son Muditos -como el enanito con más protagonismo de esta trama-, ofreciendo con sus gestos la orilla comunicativa de las personas. De apariencia sumisa, apenas critican, hablan poco -la verdad es que en muchos casos tampoco se atreven- y prefieren escuchar. El día que tomen la palabra serán invencibles... Los hay Románticos, dando fe de la importancia de nuestros sentimientos, mientras ponen imagen a esa dimensión afectiva. Demuestran su timidez estando también callados, si bien son optimistas: todo saldrá bien... Finalmente los Sabios, incluso expertos, recordando la dimensión intelectual del ser humano. Líderes de su clan, defienden con ahínco lo que piensan, aun a riesgo de estar equivocados. En muchos sentidos, son generadores de opinión.
Quizá no es casualidad que en todas nuestras crisis aparezcan estos arquetipos. Quizá tampoco lo sea que un microbio diminuto nos haya demostrado que no éramos tan grandes como creíamos. Quizá ni siquiera que este relato de los Hermanos Grimm fuese el primer largometraje animado producido por Walt Disney. En cualquier caso, parafraseando al genial Victor Hugo, nosotros -ahora tan pequeños- siempre dispondremos de un medio excelente para ser mayor que cualquier gigante: encaramarnos sobre sus hombros.

martes, 12 de mayo de 2020

Guantes en tiempos del Coronavirus

Casual o causalmente, coincidiendo con el cuento compartido esta noche con Manuel pequeño, he recordado aquel regalo en mi infancia que nunca supe entender: unos guantes de boxeo. Me los trajeron los Magos de Oriente, si bien pudiera ser que se equivocasen de niño. No tanto porque no los citara en mi carta, como porque jamás practiqué ese deporte. Y aunque toda la cuadrilla nos hiciésemos fotos con ellos, simulando ser forzudos o campeones del barrio, lo cierto es que no les dimos mayor utilidad.
Aun reconociendo que durante esta epidemia ha habido demasiados vaivenes informativos, parece probado que -a diferencia de las mascarillas- el uso de guantes no evita el contagio por Coronavirus. De hecho, no se consideran necesarios para salir a la calle, no impiden que una persona -al tocarse con ellos la cara- se acabe contaminando, pueden ensuciarse y convertirse por sí mismos en foco de infección, la mayoría no son impermeables a virus por lo que estos podrían atravesarlos hasta alcanzar nuestra piel... Tampoco se ha demostrado la eficacia de las soluciones alcohólicas sobre ellos. Y todo aportando a sus usuarios una falsa sensación de seguridad, como si llevaran aquellos guantes míos de boxeo.
Por contra, sí resultan convenientes en los comercios -en este caso, los de usar y tirar- al manipular frutas, verduras y otros alimentos, además de en aquellos lugares o circunstancias en los que así se determine expresamente.
Porque ante ellos, se ha mostrado mucho más efectiva la limpieza de manos: enérgica, con agua y jabón -antes que el gel desinfectante-, haciendo espuma, durante al menos dos minutos, regularmente, secándolas al aire o con alguna toalla limpia... Y aunque no lo indique en los manuales de higiene, con una sonrisa puesta.

lunes, 11 de mayo de 2020

Oleaje en tiempos del Coronavirus

Por decirlo de manera gráfica, esta pandemia representa un maremoto con al menos cuatro olas demoledoras. La primera sanitaria, que se ha cobrado vidas, salud y millones de momentos por vivir. Durante los dos meses más críticos de la historia de las UCIs, hemos redefinido términos como colapso, plantillas extenuadasfalta de medios -que nunca de voluntades- o sobrecarga asistencial... Otra económica, llena de números rojos según el Banco Central Europeo y que ayer sintetizara cierto amigo gestor en esta frase: muchos negocios tendrán que cerrar... Una tercera de índole social, desigual según salarios y territorios, que establecerá más diferencias entre todos, con el riesgo añadido según el presidente de la FAO de que al final de ella pudiera haber más muertos por hambre que por el virus. Realmente terrible.. Y una última psicológica, como consecuencia del estrés al que estamos sometidos. A nuestro confinamiento, a esos miedos, a tanta incertidumbre. Los expertos ya anuncian otro aumento significativo de trastornos mentales, alguno incluso de nuevo cuño como los llamados Síndrome de la cabaña o Efecto del domingo eterno. La propia entidad Proyecto Hombre -en la que impartí clases de formación durante casi diez años- ha alertado del incremento de adicciones en este tiempo, especialmente en aquellas sin sustancia como la dependencia a los videojuegos o las apuestas a través de internet.
Para sobreponernos a tal oleaje, queda anclarse a un rompeolas que también se contagia: la Esperanza. Esperanza que aprendí de mis abuelos cuando me contaron sus mil vicisitudes, incluyendo aquella epidemia de gripe que sufrieron hace un siglo... Esperanza en que seamos mejores, más empáticos, más solidarios... Esperanza en que la especie humana -al igual que el Ave Fénix- es experta en resurgir de sus cenizas cuando menos te lo esperas... O si no, parafraseando a Aristóteles Onassis, si perdemos la Esperanza de que el mar descansará, que aprendamos al menos a navegar con vientos fuertes.

domingo, 10 de mayo de 2020

Nanas para mi hijo

Entre alerta y alerta epidemiológica, acostumbro a regalarme algunos retazos de lectura. A veces los comparto con Manuel pequeño, quien ha empezado a redescubrir su primera infancia con esos catorce cuentos que yo le compusiera.
Ciertamente, hacía mucho que no me asomaba al libro que le escribí; a aquellas Nanas para un Principito (MAR Editor) que dedicase a Manuel, hijo mío, patrimonio de mi humanidad.
Al escuchar ese texto de su voz, he vivido una extraña sensación a medio camino entre el entusiasmo y la congoja. Y más cuando esta misma noche, él recitara este decálogo sobre el mundo de los mayores que prometí enseñarle y que yo casi olvido por anteponer lo urgente a lo importante:

1. Cuando dicen no tengo tiempo, acostumbran a pensar no tengo ganas.
2. Aunque se despidan con un ya te llamaré, es posible que no te llamen nunca.
3. Por el metro que midas, te medirán.
4. Cuanto más hablan de algo, más lo adornan.
5. Sea lo que sea, di las cosas como son. Las indirectas nunca funcionan.
6. Cuantas más ansias tienen por arreglar la vida de los demás, más desastrosa es la suya.
7. Lo verdaderamente valioso, ni se vende ni se compra. Quizá por eso, a menudo esconden sus miserias detrás del dinero.
8. Cuando buscan alguien que les escuche, suelen encontrar alguien que les grita.
9. Con quien bien te quiere, sé paciente. Tarde o temprano te hará reír.
10. Aun reconociendo que ningún día es bueno para esperar, no desesperes jamás.

sábado, 9 de mayo de 2020

Mis gafas de epidemiólogo

Asumo que en semanas como estas, siendo epidemiólogo de guardia de mi Área sanitaria, me cuesta desconectar de tal condición. Por un lado, ando pegado al teléfono por si se declara cualquier alerta, e incluso alguna noche me levanto sobresaltado creyendo haberlo oído cuando en verdad nunca sonó. Por otro, en esos paseos diarios con mis hijos -siempre con mascarillas, de menos de una hora y a no más de mil metros de casa- o al trabajo -siempre con mascarilla, cien apuntes y un salvoconducto-, contemplo la realidad con esas mismas gafas de sanitario. Y he de admitir que a menudo no me gusta lo que observo a su través.
En estos tiempos del Coronavirus, mi provincia seguirá anclada en la llamada Fase Cero, con el revés añadido de que desde este mismo jueves hemos tenido un repunte significativo en varios indicadores. De hecho, soy de los primeros que se entera, pues soy quien maneja estos datos.
Cuando lo hago, y reconociendo también a esa mayoría respetuosa, repaso algunos detalles vistos con aquellas gafas de epidemiólogo: chiquillos en bicicleta fuera de su horario, corrillos de personas sin respetar las distancias mínimas, aquel grupo de jóvenes compartiendo charla en un banco, tres guantes y dos mascarillas arrojadas a la ribera... 
Por ello, desde la autoridad sanitaria que en esta semana se me supone, quisiera insistir en la importancia de no bajar la guardia, de cumplir con las medidas preventivas, de recordar que el maldito virus sigue circulando... de saber que aunque de momento no existe vacuna, existen medidas eficaces para protegernos. Y siempre recordando que una de ellas -quizá la más importante- será nuestra actitud.

jueves, 7 de mayo de 2020

Premios "El amor azul marino" 2020

En León, a siete de mayo de 2020.
Tras la apertura del acta correspondiente, se proclaman los siguientes ganadores en las veintiuna categorías de los Premios "El amor azul marino" 2020 -organizados por la Plataforma de Lectores Amor Azul Marino que tengo el honor de coordinar, con motivo del confinamiento vivido-, por su obra o su labor a favor del Cuento:

Premio Cuentista: Manolo Ferrero.
Premio Cuentavidas: Veronica Pensosi.
Premio Trayectoria: Flor Méndez Villagrá.
Premio LibroCrónicas lunáticas (MAR Editor), de Asier Aparicio.
Premio Libro InfantilV de Victoria (Editorial Eolas), de Emma S. Varela y Alberto Sobrino.
Premio Ilustración: Raquel Ordóñez Lanza, por El amor en los tiempos del Mindfulness.
Premio Cuentoterapia: Anabel García Capapey, por La ventana mágica.
Premio Fotografía (ex aquo): Marcelo Óscar Barrientos Tettamanti y Alejandro Nemonio Aller, por tantos reportajes literarios.
Premio Musical: Marta Muñiz Rueda, por Gloria y los más fuertes.
Premio Editorial: Amigos de Papel.
Premio Espectáculo Teatral: Teatro Arbolé, por Un día en el teatro.
Premio Espectáculo Teatral (escolar): 4º Primaria Colegio Marista San José (León) por Mary Poppins.
Premio Iniciativa Cultural: Cuento Cuentos Contigo.
Premio Iniciativa Solidaria: Cuentacuentos de guardia.
Premio Iniciativa Confinamiento: Cuentarentena (Cuentos tradicionales contados por actores y actrices leoneses), Instituto Leonés de la Cultura.
Premio Librería: Librería Albareda (Zaragoza).
Premio Biblioteca: Bibliotecas Municipales de León.
Premio Espacio Cultural (web): Lecturafilia (Leer es vivir dos veces), editado por Tensi Gesteira.
Premio Espacio Cultural (prensa)El Decaleón (La Nueva Crónica), dirigido por Joaquín Revuelta.
Premio Espacio Cultural (radio)Contando Cuentos (Radio 5), presentado por Esther de Lorenzo.
Premio Espacio Cultural (televisión)Educlan (RTVE), en colaboración con el Ministerio de Educación y Formación Profesional.

Los Premios "El amor azul marino" 2020 han sido organizados por un grupo de amantes del Cuento -tanto mayores como pequeños-, en torno a la Plataforma de Lectores homónima, como un reto ameno para evadirse durante el periodo de confinamiento, así como para reconocer la obra o la labor en favor del Cuento -y de las Artes en general- de cada una de las personas, grupos, espacios o instituciones galardonadas.

Aun teniendo carácter simbólico, sin dotación económica ni en principio acto de entrega, constituyen nuestra distinción más sincera por todo ello y por la ayuda que -quizá sin saberlo- nos han ofrecido durante esta pandemia.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Entrevista en Cultura de La Nueva Crónica

La edición de hoy de la sección cultural del diario La Nueva Crónica  publica una entrevista que, bajo el título La Cultura nos protege, me hizo durante ese tiempo de confinamiento su responsable Joaquín Revuelta.
Aun cuando dejo el enlace a ella, comparto dos preguntas de la misma por si resultaran de interés.
https://www.lanuevacronica.com/manuel-cortes-blanco-el-cuento-tiene-un-poder-sanador-impresionante

Pregunta (P): Nuestros jóvenes consumen hoy más audiovisuales que libros, lo que limita la creatividad y el poder de la imaginación. Como psicólogo y también literato, ¿qué opina al respecto?
Respuesta (R): Aunque entiendo esa tendencia acorde con los nuevos tiempos, yo siempre he sido -y me da que seguiré siendo- del libro de papel. Al leer, me resisto a renunciar a su tacto, a su belleza visual, a la historia que esconde cada ejemplar. Al marcapáginas, a sus posibles anotaciones, a las dobleces. Leer así resulta más entrañable. Sé que nunca me dejará tirado porque se agote la batería o no reconozca un formato. Sé que siempre será un buen regalo para dar o recibir… Y sé que leer en papel hace que haya un mayor recuerdo y mejor comprensión de lo leído.
(P): En su actividad literaria ha reivindicado el poder terapéutico del cuento. ¿Cómo se puede materializar en esta situación de confinamiento?
(R): Siempre he defendido la validez del Cuento para resolver conflictos, mejorar la autoestima, desarrollar facultades psíquicas, trabajar habilidades o invitar a la reflexión. Con tales fines se ha empleado en hospitales, residencias para mayores, empresas… e incluso en nuestro caso, en centros de enseñanza. Estoy convencido de que durante este confinamiento muchas personas habrán recurrido a ellos. En mi caso, lo hago cada noche con mis hijos. De hecho, me constan algunas iniciativas que se cuelgan abiertamente en la red, como Cuentarentena –Instituto Leonés de la Cultura-, que reúne distintos cuentos tradicionales contados por actores y actrices de nuestra tierra… o Cuentacuentos de guardia, avalado por mi amigo y maestro del género Manolo Ferrero. Y es que el Cuento tiene un poder sanador impresionante.

martes, 5 de mayo de 2020

El primer día del resto de su vida

Conocimos a Miguel Ramón a través de la Literatura. Nos reconocimos durante la Feria del Libro de Burela, en aquella sesión de cuentacuentos a propósito de mi libro Nanas para un Principito. Recuerdo que desde el principio hizo buenas migas con toda la familia y que incluso Manuel pequeño le bromeaba con su Valencia del Cid y nuestra Valencia de Don Juan. Más tarde, nos encontramos en Zaragoza, en aquella presentación de mis Catorce lunas llenas... Y nos reencontramos en el municipio manchego de Miguelturra, con motivo de la entrega del Premio Carta Puebla por El amor en los tiempos del Mindfulness.
Lector apasionado, viajero de mente abierta, maestro y aprendiz de tantas cosas... En su generosidad encontré inspiración para el personaje de mi última obra... Y de nuestra amistad surgieron conversaciones entrañables en torno a los libros y a la vida.
Ayer fue su cumpleaños. Le felicitamos por ello, a sabiendas de que las sorpresas le llegarían por añadidura. En forma de homenaje de sus compañeros a través de un sorpresivo claustro, de programa de radio con canciones y textos dedicados, o de un vídeo emotivo de profesores y alumnos a propósito de su persona.
Hoy es el primer día del resto de su vida, en el que inicia una nueva andadura. De libros, de viajes, de aprendizajes... Por supuesto que en ella le deseamos lo mejor. Y es que, sencillamente, se lo merece.

domingo, 3 de mayo de 2020

En este Día de la Madre

Sé que este primer finde largo que he tenido libre desde que empezó el confinamiento -y antes de iniciar otra semana de guardia- prometí dedicármelo a mí mismo y mi familia, alejado de las redes sociales. Sé que propuse cerrar a primera hora la persiana de mi blog y abrir hasta la última ese baúl de juguetes de nuestros hijos. Quería escribir menos, leer más.
Sin embargo, en este Día de la Madre no he podido resistirme a felicitar a la mía. A Dorita, que estando donde esté, siempre la sentimos cerca. Y lo hago con un besico así de grande -como diría cualquiera de sus nietos-, reproduciendo  un fragmento de lo que conté sobre ella en mi primer libro El amor azul marino (Editorial Amares).
Estoy convencido de que le habría encantado, de que nos está cuidando, de que seguimos queriéndonos.

"Aun a riesgo de parecer retórico, no encuentro calificativos para describir a una persona tan extraordinaria, tierna, buena, cariñosa, humilde, dulce, generosa, sufrida, sincera o entrañable como mi madre. Porque además de darnos todo y ser el eje de la familia, no hubo un solo momento que no estuviera ahí, pendiente de sus retoños, derrochando sentimientos y alegrías sin mayor interés que el nuestro.
Ella decía que a pesar del tifus de los cuarenta, su infancia fue feliz. Tenía la costumbre, diabólica costumbre en una criatura, de chuparse el pulgar de su mano derecha. Alarmados por ello, el maestro y el boticario decidieron solucionarlo según los cánones del momento. Cada vez que entraba en la escuela le colgaban dos tablillas a modo de peto en las que podía leerse: Teodora, la chupona.
En cualquier otro caso habría sido motivo de burla por el resto de la chiquillería. Pero aquella niña era tan especial que todos guardaron sus mofas para cuando el travieso de Carlitos se hiciera pis en la cama".