Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre:-El amigo se murió. No pienses más en él y busca otros para jugar.
El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas.
-Él volverá -pensó.
-Él volverá -pensó.
Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos.
Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar.
-Entra, niño, que llega el frío -dijo la madre.
Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba.
Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos.
Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos y pensó:
- Qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada.
Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y dijo:
- Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido.
Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.
Nota: Cuento titulado El niño al que se le murió el amigo de Ana María Matute, flamante Premio Cervantes 2010. Vaya desde aquí mi más sincera enhorabuena para la autora de tantos libros leídos.
Entre las clases que imparto en la Universidad, mi actividad literaria y por supuesto mi familia, esta semana ha resultado especialmente movida al haber transcurrido entre Madrid, León y Zaragoza. En cada uno de estos sitios he tenido alguna vivencia de interés que quisiera compartir.
Aprovechando mi estancia en Madrid, el pasado jueves tuve la oportunidad de asistir a la presentación ante los medios de comunicación del libro Historias de la calle Cádiz (Ediciones Irreverentes), del político y escritor Joaquín Leguina. Fue un encuentro sencillo con la prensa en el que descubrí a un autor ameno, cercano e interesante que al final del mismo tuvo el detalle de dedicar mi ejemplar: "Para Manuel Cortés, deseando que estos relatos le sirvan de lenitivo contra cualquier dolor".

Mi abuelo Tomás tuvo el honor de conocerle en persona pues hizo de figurante en su película La vaquilla. Recuerdo que le pregunté cómo era ese decano del cine que había dirigido títulos como El verdugo o La escopeta nacional. Pese a la brevedad del papel y tener que repetir varias veces su escena, me respondió que muy simpático. De hecho presumió de por vida de aquella experiencia.
... Un día, harto de vagar de puesto en puesto, Cupido decidió crear su propia empresa:

