Recordar equivale a no
repetir. Tampoco hay nada nuevo,
salvo aquello que olvidamos.
Hubo un día de mercado en
el que mi abuelo Tomás quiso vender su mulo; un cuadrúpedo de espíritu rebelde
que no responde a las órdenes recibidas. Da una coz, y otra, y otra; un
rebuzno, y dos, y tres. ¡Terco como una mula!
En un giro brusco del
animal, Tomás cae al suelo confundiéndose con el barro. Ha sido una caída,
¿limpia? Lleva tierra hasta en el ombligo. Entonces, sin perder la compostura,
le mira musitando:
- Y que tenga que hablar bien
de ti...
Un granjero de la aldea ha
mostrado su interés. El éxito comienza en los malos tiempos. Tras unos minutos
de regateo, imprescindible para guardar las apariencias, llegan a un acuerdo;
ha sido un buen negocio para ambos. He captado su enseñanza: nunca digas adiós
ni dejes de sonreír si todavía tienes que tratar.
Regresan felices a la
finca. Mi abuelo, con una coz de menos; aquel aldeano con un rebuzno de más...
Nota: Párrafo perteneciente al relato Por arte de magia, incluido en mi libro Cartas para un país sin magia.
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