La vida está llena de
sacrificios. Y como asegura sor María, de falsos sacrificios. La de veces que hacemos algo aludiendo
a algún motivo, cuando en verdad lo estamos haciendo por nosotros. Lo hice por tu bien es una frase que sintetiza
esta idea, disfrazando la autoridad de paternalismo y este de un altruismo
engañoso. Nos gusta sacrificarnos por otro, en especial si los intereses de esa
acción coinciden con los míos. Y nos encanta hacerlo en nombre del amor.
Ruanda está llena de sacrificios, fetiches,
deidades. De seres mitológicos como los Imanujela
-dioses- de los hutus, el Kazikamuntu
-primer hombre- de los tutsis o el Jengi
-habitante del bosque- de los pigmeos. También de roles sagrados como el de
patriarca, jefe de la comunidad que se erige en intermediario entre los mundos
de vivos y muertos… Los herreros, por manejar el fuego a su antojo… Los
chamanes, curanderos, brujos, visionarios y un largo etcétera de personalidades
que dispensan sus ritos para adivinar futuros, sanar enfermedades o atraer agua
de lluvia.
Aquí se teme y adora a los espíritus con la misma
intensidad, por su poder para intervenir sobre la vida de sus pobladores. Al
africano le interesa llevarse bien con ellos. Así les colman de reverencias, de
comida, de esos otros sacrificios -a veces temidos y temibles- representados en
la figura del nwami. Los vivos deben
venerar a sus antepasados para que no se enfaden ni les castiguen. Porque en un
universo sobrenatural todo parece estar permitido. Incluso la vida.
Nota: Fragmento correspondiente al capítulo Cien paraguas al sol, incluido en mi libro Siete paraguas al sol.
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