lunes, 23 de septiembre de 2013

Cien paraguas al sol

La vida está llena de sacrificios. Y como asegura sor María, de falsos sacrificios. La de veces que hacemos algo aludiendo a algún motivo, cuando en verdad lo estamos haciendo por nosotros. Lo hice por tu bien es una frase que sintetiza esta idea, disfrazando la autoridad de paternalismo y este de un altruismo engañoso. Nos gusta sacrificarnos por otro, en especial si los intereses de esa acción coinciden con los míos. Y nos encanta hacerlo en nombre del amor.    
Ruanda está llena de sacrificios, fetiches, deidades. De seres mitológicos como los Imanujela -dioses- de los hutus, el Kazikamuntu -primer hombre- de los tutsis o el Jengi -habitante del bosque- de los pigmeos. También de roles sagrados como el de patriarca, jefe de la comunidad que se erige en intermediario entre los mundos de vivos y muertos… Los herreros, por manejar el fuego a su antojo… Los chamanes, curanderos, brujos, visionarios y un largo etcétera de personalidades que dispensan sus ritos para adivinar futuros, sanar enfermedades o atraer agua de lluvia.
Aquí se teme y adora a los espíritus con la misma intensidad, por su poder para intervenir sobre la vida de sus pobladores. Al africano le interesa llevarse bien con ellos. Así les colman de reverencias, de comida, de esos otros sacrificios -a veces temidos y temibles- representados en la figura del nwami. Los vivos deben venerar a sus antepasados para que no se enfaden ni les castiguen. Porque en un universo sobrenatural todo parece estar permitido. Incluso la vida.

Nota: Fragmento correspondiente al capítulo Cien paraguas al sol, incluido en mi libro Siete paraguas al sol

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