La profesión de médico, como tantas otras profesiones, es pura vocación. Si no, su ejercicio se antojaría imposible. Lo digo de corazón, pues a veces resulta excesivamente duro. Confieso que la exigencia por estar al día, la presión asistencial y su responsabilidad pueden acabar pesando demasiado. Siendo médico soy feliz; pero si gozara de una segunda vida, creo que elegiría otro oficio. Probablemente el de mago, que ya lo tengo pedido.
En la actualidad ejerzo esa vocación en una sección de Epidemiología, que incluye un Centro Internacional de Vacunación. Desde él, atiendo a los viajeros que salen de nuestras fronteras, impartiendo consejos preventivos y recomendándoles cuantas vacunas precisan: a esa pareja que va de viaje de novios con su maleta cargada de ilusiones, a quien busca fuera otra oportunidad, a aquel mochilero que vuela sin rumbo fijo, a alguna misionera, a esta familia de aquí que quiere reencontrarse con su familia de allá... Quizá por haber sido un aventurero empedernido, diré sinceramente que me gusta.
Al igual que en tal ejercicio me ha dado mucha alegría la postal que desde Bali nos han remitido Cova, Nico y Lola, tres trotamundos recorriendo Indonesia, que tuvieron el inmenso detalle de agradecer mi atención en ese Centro a través de sus líneas.
Si alguien me preguntara por los mejores médicos del mundo, le respondería lo mismo que el escritor Jonathan Swift: el doctor dieta, el doctor reposo y el doctor alegría. Eso sí: con independencia del destino e incluso las compañías, procuraría añadirle algún viaje de por medio.
jueves, 3 de marzo de 2016
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