Yo sueño, tú sueñas, él sueña. Y aunque en su
ejercicio parezca lo mismo, se trata de un verbo tan íntimo que deberían
prohibirse sus formas plurales.
Sueña el pobre con palacios; quien se fue, con su destino;
quien llegó, con su punto de partida. Sueña el rico con un abrazo amigo; el de tierra, con
mar adentro; el marino, ante su mar. Sueña el pintor con poner colores al tablero de
ajedrez; el parado, con un lunes de trabajo; los funcionarios, con el próximo
domingo. Incluso Dios soñaría ser humano si no fuera porque
el hombre delira con ser divino.
Cada cual burla en sueños sus carencias. A solas,
frente a frente, reordenamos las coordenadas de nuestra vida, inventando un
mundo a la carta que devolvemos en cada despertar.
Los sueños no anticipan el futuro. Ni siquiera hacen
mejor a quien los tiene. Los sueños, simplemente, se sueñan.
Nota: Texto perteneciente al capítulo Próxima parada: Morelia, incluido en mi libro Mi planeta de chocolate.
No hay comentarios:
Publicar un comentario