Esta mañana a las nueve, como cada primera mañana
de septiembre, ha comenzado otro curso escolar. Carteras remendadas, folios en
blanco, libros sin borrones, piernas inquietas… Los alumnos más mayores comparten
en corrillo sus andanzas del verano. ¡Qué bien se lo han pasado! Mientras, los
pequeños primerizos se sujetan a sus madres llorando a discreción.
- ¡Mamá…
Mamá!
La escena corresponde al colegio público de
Osera de los Monteros, pero podría aplicarse a cualquiera de los centros docentes
del país.
Su equipo directivo viste las mejores galas.
Junto a ellos, un claustro de apenas nueve maestros y una plantilla que
completan dos bedeles, tres administrativos y aquel señor pensionista que
ejerce de recadero.
A las diez y media salen los primeros al
patio del recreo. Un festival de juegos y gritos que solo empaña el llanto de
los nuevos.
Al tiempo, las tareas comienzan a acumularse
en la agenda del director. Hay un alumno disconforme con la nota de su examen, algunos
ordenadores no funcionan en el aula de informática, habrá que segar las hierbas
que crecieron frente al patio… Y lo peor: unos padres esperan a la puerta para
protestar airadamente por la actitud de una profesora. Se trata de la joven
Carlota, imparte la asignatura de Matemáticas y –según referencias del año
pasado- tiene la rara costumbre de terminar sus clases narrando una leyenda
sobre Praga.
- No
puede ser bueno para nuestros hijos –insisten en su reproche-. Les cuenta
historias de un ladrón manco, de un barbero loco, de un demonio cocinero… ¡Y
hasta de ese jinete sin cabeza que atraviesa a medianoche la calle Liliova! Está obsesionada por esa
ciudad...
Nota: Primeros párrafos de mi relato Donde duermen las leyendas, incluido en el libro Praga, Antología de relatos (MAR Editor).
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