Cierta
noche de invención literaria imaginé que, aun siendo tan distintos, vivía en un
acuario compartiendo pecera con otros semejantes. En ella estaba el Pez Rémora,
adherido siempre a algún Tiburón, del que se aprovecha para desplazarse y comer
con lo que pesca… El Pez Dorado, cuya memoria dura tan poco que puedes
contarle diez veces el mismo chiste desde la certeza de que siempre reirá… El Gurami
Besador, cuyos besos –lejos de ser cariñosos, como tantos besos- causan
daño en sus luchas rituales… El Pez Pulmonado, quien puede vivir meses
fuera del agua en un estado de animación suspendida… El Pez Piedra, que
camuflado en los fondos marinos aguarda a sus presas con un veneno de lo más
dañino… Algún Pez Volador, capaz de escapar del agua planeando cientos
de metros con sus aletas extendidas… El Pez Payaso, repleto de
contrastes que nos hacen sonreír… Y el llamado Pez Luna, considerado el
pez óseo más pesado del mundo, con ejemplares que superan las dos toneladas. Su
nombre le viene de esa forma redondeada que le caracteriza, aun cuando haya
quien piense que debería llamarse Pez Sol, pues gusta de calentarse bajo
sus rayos recostándose sobre la superficie del océano.
Al
margen de las cadenas tróficas que impone nuestra Naturaleza, en aquel espacio
cada cual aceptaba a cada cual. De hecho, la vida sucede porque
existe el respeto de los unos con los otros. Sin transigencia no habría nada.
No obstante, al igual que hay
velas encendidas y velas apagadas, estrellas que lucen y estrellas que no, hay
personas –como ocurre con los peces- más brillantes y más opacas. Por fortuna,
en ese acuario llamado TOLERANCIA cabemos todas.
Nota: Fragmento perteneciente al relato titulado El origen de los sueños, incluido en mi libro Catorce lunas llenas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario