Mi casa tiene una valla que no se sabe si está
puesta para que no entren los de fuera o no salgan los de dentro. Eso sí, como
cualquier otra casa, está decorada por un montón de recuerdos. Entre ellos hay
sabinas, aquella orilla del río, avutardas, comadrejas, otra tarde a los cuatro
vientos, melones sin etiqueta, la voz apasionada de mi abuelo compartiendo cien
historias antes de irse a dormir... Porque puede que no tuviéramos mucho
dinero, pero a cambio teníamos muchísima imaginación.
Mi FAMILIA también tiene alguna valla. Al fin y al
cabo, ninguna es ni será perfecta. Quizá para la mía habría pedido más mimos de
papá y menos de mamá. Eso sí, como cualquier otra, ha hecho siempre posible que
aun viviendo lejos me sintiera cerca. Estar donde estés. En las alegrías, a sabiendas de que no pueden
ser huecas; y en las penas, que llorar solo parece muy triste.
Ser familia es ser equipo: si gana uno, ganamos todos. De su mano aprendí que
cada vez que compartimos lo que somos, al igual que en los cuartos crecientes,
crecemos. Y lo hacemos desde el amor, en valores, como personas.
Nota: Párrafo incluido en el relato titulado Mi moneda en tu pozo, incluido en mi libro Catoce lunas llenas.
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