jueves, 22 de abril de 2021

En el Día de la Tierra

De entre el refranero de mi abuela Concha, destacaba aquel dicho que insistía en que las cosas del suelo no se cogen. Ella era capaz de reconocer la belleza, de encontrar la frase exacta para cada momento, de ser viento bajo nuestras alas. Pese a ello, mi abuelo Ildefonso nunca le hizo demasiado caso. A fin de cuentas, en aquellos tiempos de posguerra, él solía recoger colillas que los fumadores tiraban a la acera para desmenuzarlas y revender de nuevo su labor del tabaco. Esa misión de estraperlo era, sin duda, un método infalible para llevar algo más de dinero a casa que –por entonces, con cuatro hijos y una cartilla de racionamiento- buena falta les hacía. A fin de cuentas, los puertos quedaban lejos y, aun sin olvidarse nunca de su mar, hubo de reconvertir aquella profesión en maletero de una estación del ferrocarril.
Cierto es que –como su mujer le recordara- el dinero del pobre va dos veces al mercado, pero también que cuando la Vida te presente una razón para llorar, hay que demostrarle que tenemos miles para sonreír.
Paralelamente, cincuenta años después y aun cuando sea por distintos motivos, me encuentro como él: sin hacer caso a nuestra abuela y recogiendo colillas de diferentes espacios naturales. Cada vida es propia, pero estoy convencido de que las vidas resuenan. Unas veces de forma organizada, a través de esa asociación a la que pertenecemos y que dedica parte de su esfuerzo a limpiar de basura tantas riberas de río… Otras de manera improvisada, como esas batidas junto a mis hijos y algunos de sus amigos, en aquellas playas en las que pasamos cada verano.
En cualquier caso, esas colillas de cigarrillo son el objeto más arrojado en todo el mundo, incluyendo hábitats tan sensibles como nuestros bosques, montañas, ríos, océanos, ciudades... e incluso, dedicándole otro guiño a mi abuelo, estaciones de tren. Por poner solo un ejemplo, se calcula que de los 32.800 millones de cigarrillos que se consumen cada año en España, el 15% acaba directamente en nuestras playas. ¡Unos 4,5 billones de colillas en todo el mundo! Y en su conjunto –además de ser un posible desencadenante de incendios forestales, productor de miles de toneladas de anhídrido carbónico con efecto invernadero y en su cultivo una de las primeras causas de deforestación selvática-, resultan de los más contaminantes, con el agravante de que son dispersadas por el viento y la lluvia.

Nota: Texto incluido en el epílogo titulado Recogiendo colillas, de mi libro Catorce lunas menguantes (MAR Editor).

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