A lo largo de mi vida he realizado muchos cuentacuentos de lo más emotivos: aquel para niños -con traducción simultánea- desde un campo de refugiados en territorio de la antigua Yugoslavia, ese otro con internos en el Centro Penitenciario de Daroca, dos más en la planta de Oncopediatría del Hospital Miguel Servet de Zaragoza, el de esa Feria del Libro de Frankfurt coincidente con la noticia del Nobel para Vargas Llosa, unos cuantos en Ponferrada durante la Semana Mundial de la Lactancia Materna, aquel a beneficio de la asociación Mundo Ético en el espacio Vías de León con más de 300 asistentes... Y desde este pasado sábado, el realizado para la Pastoral de la Salud ante numerosos enfermos, familiares, cuidadores y profesionales sanitarios.
Porque fue un encuentro entrañable, rebosante de ilusión y cercanía, en el que yo -como siempre- compartí con ellos mis relatos... Mientras ellos -como nunca- compartieron conmigo sus vivencias. Desde luego, detrás de alguna de esas historias subsiste una trayectoria de superación personal realmente encomiable.
Me alegra saber que nuestros cuentos contribuyeron esa mañana a pintar sonrisas... Y me alegra percibir que por la tarde salí nuevamente enriquecido con semejante experiencia.
Será porque mil cuentacuentos después -o quizá precisamente por ellos-, me sigo sintiendo humano.
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