A veces creo que me
estoy haciendo mayor. Y no porque cada vez escriba más desde la experiencia o haya
dejado de leer obras infantiles, sino porque empiezo a acumular muchos
prejuicios. Cuando mi amiga Telvi –librera de vocación- me presentó a David
Fernández Sifres, tuve la sensación de que él era una persona de lo más
interesante, pero que su libro no me iba a gustar. Un intruso en mi cuaderno (Edelvives, Premio Ala Delta 2012 de Literatura Infantil) cuenta la historia de Mariano, un niño de nueve años que quería
ser “astronauta, detective y futbolista”, en cuyo cuaderno y durante un recreo
alguien comete la osadía de pintar una mariposa.
“Demasiado
sencillo”, pensé. Pero Telvi insistió: se trata de una historia entrañable y
–aunque esté indicada para lectores a partir de los ocho años- es apta también
para adultos.
Finalmente, a falta
de la debida dedicatoria, compré un ejemplar. “Si no me agrada a mí, podré
regalárselo a cualquiera de mis sobrinos”, me consolé. De modo que aquel libro
pasó a engrosar la pila de libros que se acumulan en mi mesilla de noche,
confiando en que algún día que no me acueste cansado les dé una oportunidad.
Antes de que
llegara su turno, estuve de visita en casa de unos amigos cuyo hijo leía
precisamente ese libro. “Está superbien”, respondió a mi pregunta a propósito
de su trama.
“Es solo la opinión
de un pequeño”, pensé de nuevo anclado en mis prejuicios. Sin embargo, mordido
ya por la curiosidad, decidí ponerlo el primero de entre esa torre de papel que
últimamente apenas deja espacio en mi mesilla.
El pasado viernes
llegó su hora. Y desde la primera línea descubrí, efectivamente, una obra
sencilla… aunque contada de una forma extraordinaria. La historia de Mariano y
Carlota derrocha pinceladas de intriga e ironía, convirtiéndose por sí sola en
un canto a la esperanza, a la amistad, a tantos valores que –como sus queridas
mariposas- con frecuencia parecen perdidos. Me encanta la sensibilidad de ella, la
astucia de detective que tiene él, esa metáfora del roble rodeado de pinos para
explicar la soledad, por qué aquella mariposa se posa en su dedo...
En verdad que se
trata de un libro entrañable, por supuesto recomendable, de fácil lectura, apto
para todos los públicos, que aborda con gran delicadeza el tema de la
enfermedad en la infancia, con un final muy logrado, que entretiene, que en
ocasiones divierte y que desde luego invita a pensar.
Antes de que el
sábado alcanzase su último párrafo, sonreí liberado de alguno de mis
prejuicios. Y es que a veces, leyendo una historia como esta, vuelvo a convertirme en niño.
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