viernes, 25 de enero de 2013

Paraguas en Buenos Aires


Mi Buenos Aires querido, en aquel mes de diciembre. No hay piezas de antigüedades como en San Telmo, cementerio más galante que el de Recoleta, pasión por el fútbol mayor que en Boca. No hay música del alma sin un tango, bandoneones que suenan en cualquier esquina, un balón rodando por todas sus barriadas. Alguien grita sin tapujos que Las Malvinas son nuestras, bajo los acordes de una pieza de Gardel. Otros ríen, muchos lloran, uno sueña… Que por algo sus canciones fueron ideadas para eso. Y en medio, los argentinos. No existe ciudad que tenga más en el mundo. ¡Qué bueno que viniste!
De entre ellos, cito a aquel escritor novato que desayuna expresos con espuma en una mesa del Café Tortoni. Manchado de azúcar y borrones, encuentra inspiración en el ambiente. Tal vez allí -en ese mismo sitio- se sentaron antes los más grandes de la Literatura: Jorge Luis Borges, Alfonsina Storni, Federico García Lorca. Tal vez allí -dentro de algunos años- se siente otro iluso poeta, imaginando eso mismo respecto a su persona.
Cito a ese niño de alma limpia y botas sucias que de mayor quiere ser Maradona. Un malabarista del balón, un dios reencarnado en futbolista. Una pasión imposible de explicar que sueña a diario con ser campeones.
Cito a esa madre que cada jueves, a la misma hora, se manifiesta junto a otras madres en la Plaza de Mayo para reclamar información sobre sus hijos. Son miles los desaparecidos, millones las preguntas sin respuesta.
Y cito a este, a ese, a aquel, a todos los que aguardaron con esperanza que el final de una dictadura y la entrada del nuevo gobierno llevase ineludiblemente a otro futuro mejor. El diario Clarín, de formato tabloide y tirada infinita, desmenuza los detalles. Un tal Raúl Alfonsín, quien fuera concejal, diputado y senador, va a ser nuestro presidente. Por encima de los cargos, la Historia continúa...

Nota: Texto perteneciente al capítulo El bosque de los arrayanes, incluido en mi libro Siete paraguas al sol.

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