jueves, 10 de enero de 2013

Paraguas en Nueva York


¡Vive la película más bonita de tu vida! Manhattan pone el escenario, tú solo tienes que poner el guión. En efecto Nueva York, aquel mes de enero del bisiesto y enigmático 2000. La metrópoli que agota los superlativos: Gran Manzana, capital de capitales, la que nunca duerme, la dos veces nombrada... La ciudad donde residen el alfa y el omega de la moda, el arte, la política, las finanzas. Decenas de mesías, cientos de culturas, millares de rascacielos que anhelan ser más altos que la Luna.
Aquí lo que no pisas no existe, y una vez no significa a veces. Mejor una idea que un plan, un pretexto que un motivo, un dólar que un centavo. Mejor jamás que ojalá. Más difícil juzgar que prejuzgar, mantener que tener. Si corres que sea por llegar pronto, no porque llegues tarde. Aquí para ser grande, hay que soñar a lo grande... Y hoy nieva en la séptima avenida.
Quien cambia de barrio, cambia de mundo. Mundos separados pero juntos. Cada una de sus calles dibuja otra línea fina que separa la ley y el caos. Luces de neón iluminan las aceras al ritmo del grafiti:
-  ¡Drogas no! Que no hay suficientes.
Por fortuna, a un artista se le perdona todo.
Siempre en temporada alta, los grandes almacenes parecen hormigueros, vendiendo tan barato que si no compras pierdes dinero. Aunque puede pagarse en efectivo, queda mejor con tarjeta. Un extraño en cada esquina, la virtud vestida de uniforme, ciudadanos rebosantes de deudas y dudas. Como no tienen bueno por dentro, lo tienen que buscar fuera. Solo se siente libre quien pasa inadvertido; para ser alguien tienes que ser minoría. Colas y más colas ante cualquier ventanilla. No es raro, es la regla. La burocracia se ha convertido en el sarampión de nuestros días…

Nota: Texto perteneciente al capítulo Al sur de tu sonrisa, incluido en mi libro Siete paraguas al sol.

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