Además de por su monstruosidad, quedé especialmente sensibilizado con lo ocurrido pues tan solo dos años antes estuve trabajando como médico en la zona. Y de ahí que, como escritor, lo reflejara en mi libro Siete paraguas al sol.
Desde su recuerdo y la reflexión a la que obliga, comparto en este Día unas líneas del mismo.
"La
matanza hace meses de millares de tutsis a manos de milicias hutus sigue viva
en su recuerdo. Con tales antecedentes, la desgracia se veía venir. El odio echa raíces, crece y florece. Nunca una
herida cerrada quedó tan abierta.
A
muchos les asediaron en las iglesias para luego incendiarlas. A otros les
arrojaron al río, pues la prensa animaba a llenar de cadáveres el lago. Hubo
abatidos como presas de cacería. Se sabe que una horda de sicarios, bajo
amenaza de acabar con su familia, obligó a un hombre hutu a decapitar a su
esposa tutsi. Alguno, en la vorágine del genocidio, llegó a comprar la bala con
la que le asesinasen para no fallecer a machetazos. La mayor de las
atrocidades: pagar por cómo morir.
- ¿Ya has
eliminado a tu tutsi? -podía leerse en
los panfletos.
- Se nos pueden esconder, pero no se nos pueden
escapar –promulgaba la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas, dirigida por
las facciones más extremistas.
Los
locutores encumbran héroes, magnificando sus hazañas bélicas y empequeñeciendo
sus crímenes. Hombres antes oprimidos se visten de verdugo, al tiempo que
convierten en víctima al peor de los tiranos. Su supuesta justicia deriva en
venganza, en ajusticiamiento. El pueblo es un león dormido, recita el
refranero africano. Y parece evidente que aquí le han despertado.
Muchos
de los ultrajados fueron hutus torturados por otros hutus al negarse a matar a
familiares o amigos. Algunos eran vecinos denunciados por otros vecinos al
aflorar rencillas personales previas a la contienda. Los nombres de las interaharnwes o milicias que recorrían
las calles, preferentemente de noche y sin aviso, constituyen por sí mismo una
amenaza: Los destructores… Los que saben golpear hasta la muerte…
Los exterminadores sin compasión… Los tutsis eran solo cucarachas. Donde al atardecer había una
casa, al amanecer había escombros, muebles quemados, ropa rasgada… juguetes
rotos. Todavía guardamos un minuto de tristeza. Allí apenas hubo cámaras,
fotografías, ni siquiera el más humilde reportero que pudiera ser testigo de la
barbarie. Tan solo una cámara, temblorosa y lejana, captó la imagen de un
inocente ajusticiado, poniendo a prueba la humanidad de sus autores y la de
aquellos que la contemplan. A veces la verdad
no importa todo lo que debería. Porque en esta dictadura informativa en que
vivimos, aquello que no alcanza un objetivo, sencillamente no existe".
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