Hablando de palabras, admito que perdonar es otro de esos verbos que no
acaba de convencerme.
Porque hay muchas personas –y muchos niños- que cometen una falta, piden perdón y parece que por ello estás
obligado a dispensarle, actuando de nuevo como si nada hubiera ocurrido. No sé…
Mis papás han vivido tantas disculpas en falso que existen personas a las que
le da lo mismo perdonar que no. Y es que, aun cuando sea un infinitivo cargado
de generosidad, no implica que nadie pueda dañarnos cuando quiera.
Hablando de
Semana Santa, confieso que me gusta asistir a las procesiones que organiza mi
cofradía. Cuando sea grande, portaré las tallas como mi abuelo y los miles de papones que ahora le acompañan, para
seguir con esa tradición. Aprenderé el significado de otros verbos
imprescindibles: rasear, o andar
rozando la suela con los adoquines para no pisar a nadie –en especial a quienes
van descalzos-; pujar, o llevar a
hombros un paso; bailar, o mover las
figuras al son de la marcha… Y aunque amenace tormenta en algún Viernes Santo,
prometo aplicarme esa máxima de vida que aprendí de mi papá: que llueva no depende de ti; que lleves
paraguas, sí.
Nota: Párrafo perteneciente al relato Únicos en su especie, incluido en mi libro Nanas para un Principito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario