Atrapados en ese callejón sin salida, acumulan demasiada deuda y, paradójicamente, no disponen de ayudas más allá de la nuestra. Cada vez que hemos ido a alguna institución a solicitarla nos contestan que teniendo trabajo -aunque sea deficitario- e ingresos -aunque sean los que son- no les corresponde.
La última vez que les cortaron la luz estuvieron casi una semana alumbrándose con velas. Por suerte era verano, si bien por ello se les estropeó la comida que guardaban en la nevera. A pesar de tener mil seguros impuestos por el préstamo hipotecario, su póliza no les cubrió.
El día de mi última visita comprobé que solo lucía una bombilla en cada habitación. Las demás las habían quitado para reducir gastos.
Ayer, cuando supe lo que había subido la luz en pleno invierno -el coste actual del megavatio hora supera en un 33% al de hace un año- me acordé de ellos. Hice al amago de llamarles por teléfono, pero descubrí que no sabría qué decir... Y es que, tristemente, sigue habiendo realidades que me dejan sin palabras.
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