Existen personas que tienen hábito de mal
estudiante: responden con un tema distinto al que se le pregunta. Las hay con
hábito de mal frutero: ofrecen el género bueno por delante, pero te acaban
vendiendo el que esconden por detrás. Otras con hábito de mal taxista: se
pierden en rodeos sin sentido. Algunas tienen hábitos de jefe suspicaz: te
esfuerces lo que te esfuerces, siempre podrías haber hecho más… Y por supuesto
existen los amigos, con el hábito único de estar a tu lado cada vez que los
precisas.
Este afecto personal ha sido reconocido como un
valor inherente al Hombre, a su condición de ser social… sin depender de
tiempos ni espacios, sin que importe quién llamó primero. No en vano, los
filósofos griegos lo consideraban un regalo divino. Uno de sus signos
identificativos no reside tanto en la capacidad de compartir alegrías con el
otro, como en no sentir envidia ante ellas. También, en el hecho de decirle
libremente cuanto piensas, a sabiendas de que nunca se enfadará. Porque con los
años, irás perdiendo cosas… pero nunca perderemos a quien nos aprecia de
verdad.
P.D.: Párrafo perteneciente al relato titulado Un conejo en la Luna, incluido en mi libro Catorce lunas llenas.
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