jueves, 27 de abril de 2017

Nuestro cerebro...

Nuestro cerebro es una caja mágica impresionante. En ella habitan las neuronas espejo, responsables de que cuando alguien bosteza, nosotros bostecemos a continuación; o de que si un día te compras un coche rojo, empieces a ver demasiados coches rojos... Hay neuronas sensitivas, que nos mantienen en contacto con el mundo exterior. Gracias a ellas, sentimos… Están las neuronas memoria, que se comportan como un archivo incompleto que llenamos a base de ficciones. Después del fogonazo de una vivencia intensa quedan las brasas de su evocación. Muchas de ellas ni siquiera sucedieron. El cerebro tiende siempre a completar la información, a ordenar lo desordenado y a eliminar cuanto sobra, a fin de protegernos de lo que realmente ocurrió; es almíbar, que conserva y endulza lo vivido. De ese pozo de recuerdos fluirá la fuente de nuestra experiencia… Y existen otras neuronas influidas por hormonas, que son responsables de nuestros sentimientos. De hecho, algunos científicos opinan que estos no competen al corazón sino al cerebro, pues muchas emociones son una simple cuestión de química. Eso explicaría que en un principio la alcoba carezca de leyes, si bien luego sus pasiones –al igual que los neurotransmisores que las regulan- mueran por agotamiento. Lo que antes me hacía gracia, ahora me molesta; lo que antes no me importaba, ahora me irrita. Más fácil morir por ti que vivir contigo.
Nuestro cerebro, sin embargo, está lleno de reparos. Siempre hay un poquito más en cada ¡es suficiente!, algún llego tardísimo en ese ¡ya estoy!, un lo compraré otro día en cualquier ¡demasiado caro!, un vete si quieres en cada ¡quédate! En esta misma línea, la gente no va al gimnasio a hacer pesas, sino relaciones… La mayoría se casa cuando llega la edad, no cuando llega el momento… La titulitis –esa obsesión por acumular diplomas que realmente no facultan para nada- se encuentra a la orden del día… Si en tiempos de crisis no tienes problemas económicos, parece que no tienes problemas… Y antes, cuando salías de viaje, no podías olvidarte la maleta; ahora, el cargador del móvil.

PD.: Párrafo incluido en mi libro de cuentos Catorce lunas llenas.

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