La segunda edición de mi obra Catorce lunas llenas, con la que obtuve el XXXVIII Certamen Literario Carta Puebla, en su modalidad de libro de cuentos, comienza a desvanecerse. Apenas queda media caja de ejemplares, que de seguro se acabarán en las ferias que se avecinan. De momento, no pienso reeditar, aun cuando la decisión final la tomaremos después del verano. La verdad es que en este mundo de tantos no lectores y descargas ilegales, sin agente, editorial o distribuidora, haber agotado esos mil ejemplares tiene muchísimo mérito. Además, me enorgullece haber compartido actividades literarias con una persona tan genial como Lolo -su ilustrador- y saber que el libro se encuentra en distintas bibliotecas emblemáticas -desde la del Centro Penitenciario de Daroca hasta la de la Fundación Vicente Ferrer en Anantapur-.
Por todo ello, quisiera dar las gracias: a los amigos de clubes de lectura como el de la Asociación Asociaconca (Trobajo del Camino, León), de colegios como el CEIP Antonio González de Lama (León), de instituciones como el Instituto Leonés de la Cultura o Bibliotecas Públicas de León, de proyectos solidarios como el de Los Argonautas... Gracias también al Ayuntamiento de Miguelturra y a la Diputación de Ciudad Real... A las librerías que lo han difundido... Y por supuesto, gracias a todos esos amigos que a título individual y a través del boca a boca se han convertido en sus principales embajadores. Sin vuestro apoyo, habría sido imposible.
A modo de cierre de esta edición, comparto el primer párrafo del libro. Porque eso sí, reeditemos o no, nos seguiremos contando:
Aun
cuando pueda escribirse de mil formas, todas las historias acostumbran a tener
un único comienzo. La mía empieza aquí, en este pequeño pueblo a orillas de un
río, conocido por ese bosque de sabinas en el que habita una de las aves
voladoras más pesadas del mundo: la avutarda…
Y ese depredador todo terreno, considerado el carnívoro más minúsculo
del continente: la comadreja. Esta villa con el clima tan extremo que apenas
tiene dos estaciones, verano e invierno, lo que facilita a su gente la ropa que
ha de ponerse. Será por eso
que solo pillan un catarro al año; ¡lo malo es que les dura seis meses! A
menudo sopla en ella demasiado viento. Alguno de sus paisanos agradece entonces
tener piedras en el riñón para que no le arrastre consigo; y los que no las
padecen, se meten cantos en los bolsillos. Y es que
también a esto le sacan ventajas: además de que el viento se lleva las
palabras, su colada seca muchísimo mejor...
No hay comentarios:
Publicar un comentario