Cuenta una leyenda africana, que hace mucho, muchísimo tiempo, nuestro
planeta Tierra tuvo la opción de escoger dos astros del firmamento para que le
dieran luz. Y de entre todos, eligió al Sol y a la Luna. Ambas luminarias se
pusieron tan contentas que corrieron a compartirlo con la Madre Naturaleza.
Fueron a su casa… pero la hallaron cerrada. Fueron al mercadillo que montan los
jueves en Saturno… pero tampoco la encontraron. Finalmente, alguien les dijo
que se estaba bañando en el lago.
En efecto; allí reposaba sin ninguna ropa, relajándose plácidamente
tras una jornada colmada de quehaceres.
La actitud entonces de cada una de aquellas luminarias resultó muy
diferente. Mientras que el Sol, entre tímido y pudoroso, apenas miró la
desnudez de la diosa, la Luna no paró de contemplarla.
Dicho comportamiento fue percibido por la Madre Naturaleza, quien
indicó a ambos astros que se acercaran. De manera que cuando salió del lago,
justo en el momento de secarse, comentó al Sol:
- Siempre me has tratado con el máximo respeto. Incluso hoy retiraste tu
mirada de mi cuerpo, por si de algún modo me pudieras molestar. En señal de
agradecimiento, dispongo que nadie pueda mirarte sin que le dañen los ojos, sin
que deba retirar su vista de ti.
Por su parte, preguntó a la Luna:
- ¿Por qué te empecinaste en verme desnuda? ¿Acaso te burlas de mi
anatomía? ¿No pensaste ni por un momento que esa actitud me podría molestar?
–le increpó con aires de enojo-. A modo de reprimenda, dispongo que desde hoy
seas tú la que te expongas a los demás, brillando nítida en la oscuridad del
cielo hasta convertirte en centro de todas las miradas.
Al final somos víctimas de nuestras confianzas.
Desde entonces, ningún ser vivo fija su vista en el sol sin que con
ello se dañen sus retinas… Y ningún ser humano puede resistir la tentación de
dirigir sus ojos, al menos por un instante, hacia ese faro –tan hermoso como
indiscreto- que ilumina cada noche de Luna llena.
Esta leyenda acabó porque en algún sitio se perdió. Cuando la vuelva a
encontrar, te la volveré a contar.
Nota: Relato titulado Las dos luminarias, incluido en mi libro Catorce lunas llenas.
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