viernes, 3 de diciembre de 2021

Una mañana entre colas

Durante la labor asistencial que ejerzo en mi Hospital, procuro atender a su hora a cada paciente citado, desde la convicción de que la puntualidad por ambas partes -además de ser una virtud- ayuda al buen funcionamiento de nuestro Servicio. 
Hoy pedí el día libre para realizar distintas gestiones personales que ya no podía demorar. Una de ellas, abonar en mi oficina bancaria otro impuesto inventado sobre recogida de aguas, para lo que solicité cita a través de ese agente financiero que tengo asignado -aunque jamás lo haya visto en persona- mediante su portal telemático. 
- Sin problemas -nos respondieron-, mientras pase de 08:30 a 11:00 horas. 
De manera que a las 9:00 horas en punto ya estaba allí. La cola por entonces parecía infinita. Personas de todo tipo y condición guardábamos marcialmente la distancia establecida, a la espera de que los dos cajeros que atendían -entre cafés y necesidades fisiológicas, a veces solo uno- resolvieran nuestras dudas. Allá estuve esperando casi hora y media. De pie, aunque dentro de la entidad. Hacia las 10:30 horas, la persona mayor que me antecede accedió a su ventanilla. Necesitaba realizar una transferencia.
- Esto debe hacerlo desde el cajero automático; o si no mejor, desde el propio portal del banco -le explicaba esa joven cajera a aquel octogenario-. Es muy fácil. Entra con su móvil en la plataforma Google Play, se descarga esta aplicación que le anoto y, una vez esté operativa, desde su propia casa lo gestiona sin problema. Si tuviese cualquier duda, consulte su tutorial.
El señor, tan perplejo como impotente, se excusó insistiendo en que no sabía hacerlo. Entonces la muchacha optó por un plan B:
- Si se la hacemos nosotros desde aquí, le costará tres euros.
Quinientas pesetas de cargo más una eternidad por saltarse tal impedimento y semejante despersonalización impuesta por esas nuevas tecnologías que a algunos les/nos pillan demasiado viejos. Así no es de extrañar los indicadores de salud mental que últimamente constatamos al respecto. Al menos sentí que el hombre los pagó a gusto.
Después liquidé tal deuda con la Administración, domicilié su recibo, me despedí de esa cola aún más infinita y aplacé otro café pendiente con mi amigo Nicasio. Y es que tocaba ir luego a revisión odontológica con nuestra Sirenita, y de seguro que volveríamos a esperar. Tristemente, en esta cotidianidad tan llena de colas, tampoco me equivoqué.

1 comentario:

Juan Fdez. Quesada dijo...

Así es de lamentable, Manuel, y todos deberíamos hacer algo por cambiar esto, pq en algún momento de nuestra vida puede que estemos en el lugar del otro. Gracias. Un besote.