Ayer, 24 de octubre, se cumplía un año del adiós de ese gran artista y mejor persona llamado Lolo. Su familia y amigos nos juntamos para recordarle en un precioso homenaje organizado por sus hijos, al que acudieron desde el primer mandatario de la ciudad hasta el último de esos paisanos con los que tanto se identificara. Y lo hicimos a su estilo: de noche, sonriendo, llegando un pelín tarde, vestidos de negro riguroso, acompañados de embutido leonés... Aunque faltasen algunas gafas oscuras, él habría querido que fuera así.
Allí repasamos su impresionante legado -que pretende recoger la Fundación que lleva su nombre-, decenas de anécdotas vividas en tantos pueblos, centenares de detalles -como el de ponerle motes cariñosos a quienes apreciaba-, miles de frases... Entre ellas, esa que hice mía cuando me la prestó: Uno no es de donde nace ni de donde pace; es de donde están sus amigos.
Y es que Lolo era auténtico, genial, único. Tan sencillamente extraordinario que resultaba imposible enfadarse con él.
Por todo, por tanto, siempre le recordaremos.
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