Aun cuando siempre fui buen estudiante, con dos menciones incluidas a la mejor nota en el colegio y en el instituto, confieso que mi entrada en la Universidad resultó más trabada de lo previsto. De hecho, recuerdo aquel primer parcial de Anatomía que suspendí -la única vez que sucedería-, y por el cual el catedrático de dicha asignatura me citó en su despacho.
De pie, sorprendido por lo mal que nos habían puntuado y sin si quiera haber estrenado la mayoría de edad, escuché perplejo su discurso, en el que argumentó que a él le bastaba un solo ejercicio para conocer a sus alumnos, que pensara seriamente si yo sería un médico de fiar e incluso que -atendiendo a su experiencia- me invitaba a que considerase la opción de cambiar de carrera.
Admito que, tras semejante vendaval, quedé tan perplejo como tembloroso, pero nunca me vine abajo. Lejos de eso, me conjuré conmigo mismo para demostrarle a aquel profesor que estaba equivocado. De manera que estudié, con más motivación si cabe, no solo su asignatura sino todas... Y aunque acabase llevándome a septiembre -la única vez que sucedería-, al final aprobé su Anatomía tras realizar un examen sencillamente impecable.
Tras más de 30 años ejerciendo la Medicina en cuatro de los cinco continentes, creo haber demostrado que aquel docente estaba equivocado... que sabría mucho de músculos o huesos, pero bastante poco de la condición humana... que prejuzgando o dando por supuesto tenemos más probabilidades de equivocarnos que respondiendo a cualquier cuestionario.
En estos días, en otro ámbito distinto aunque con preceptos similares, alguien le ha dicho a mi hijo que habrá algo que jamás podrá conseguir. Al principio, Manuel quedó pensativo. Fue entonces cuando -aun a riesgo de desmoronarle un mito, pues siempre supuso que yo nunca suspendí- compartimos esa historia, animándole a seguir con más ahínco si cabe, a aprender de cada error, a reforzar sus virtudes, a insistir en los detalles que solo se mejoran insistiendo... Y siempre siendo fiel a sí mismo, respetando a los demás, esquivando tantos juicios vacíos y por supuestos.
Parafraseando a ese genio que dibujaba bajo el sello de Picasso, fue también mi manera de mostrarle que cuando alguien me dice que no puedo hacer alguna cosa, procuro hacerla enseguida.
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