“Que llueva no depende de ti;
que lleves paraguas, sí”. Esta máxima acompaña todo el argumento de Siete
paraguas al sol (2012), la obra con la que Manuel Cortés resultó
ganador del VI Premio Nacional
de Novela Ciudad Ducal de Loeches.
En un cante
al cuento como forma de hacer literatura tan válida como la novela, Cortés
construye una historia poliédrica donde siete hermanas emigran hacia
lugares distintos en busca de su padre Bernardino, el campanero del pueblo
castellano de Puerto Nuevo de las Cerezas, y que desaparece un día al ir a
comprar un paraguas. A partir de ahí, los capítulos van contando una por una las
historias de Faustina, Adelaida, Amparo, María, Merceditas y Ramona, con
tiempos y lugares diferentes que constituyen una preciosa radiografía de
nuestro mundo y nuestro pasado. Cortés desmenuza las vidas de las hermanas,
pero centrándose en épocas distintas, que van desde los años cincuenta
hasta el 2009, y nos hace partícipes del paso del tiempo.
En esta
novela hilada de cuentos encontramos las características definitorias del
estilo de este autor que atrapa desde el primer momento: sencillez y presencia constante de refranes populares hilados con
una maestría propia de los mejores autores. Presente está también esa
descripción minuciosa de ambientes, con palabras que abarcan todos los
sentidos, hasta cuando nos presenta a ese pueblo de la Castilla profunda que ha
estado sujeto a tantos cambios que casi no se reconoce. Los libros que he leído
de este autor transmiten alegría por vivir a pesar de
las circunstancias difíciles. Esta idea está más presente que nunca
en Siete paraguas al sol, donde la esperanza y la
seguridad son transmitidas de una forma tan literaria y realista que hacen
sentir al lector que sí, que es necesario seguir soñando para
alcanzar las metas.
Positivismo
es lo que nos queda, o eso de que “quien sabe cómo vivir, sabe vivirlo
todo”. Y por detrás, y en todo momento, la fuerza de la literatura
para llenar nuestros vacíos: Faustina se convierte en escritora y editora de
cuentos, por lo que el autor se ve reflejado en este personaje, en el que
deposita algunas de las ideas más evidentes de los que creen en la palabra
escrita y oral, en los cuentos.
Está
claro que en todo el libro se siente el alma del autor, y en el mismo
prólogo él nos advierte de que en la escritura se aplica siete máximas:
escribir para compartir, empezar cada obra en la noche de
Reyes porque concibe los cuentos a la manera de regalos, presentar
dedicatorias sentidas porque cada libro es para una persona, donar los
derechos de autor a Aldeas
Infantiles SOS, reconciliarse con sus vivencias a través de sus renglones,
y disfrutar un montón escribiendo y corrigiendo, releyendo, etc. Y sentencia al
final que, a pesar de las advertencias de que el cuento está destinado al
olvido, continuará creyendo en este género “con o sin moraleja, pero
siempre reflexivos”.
Si con Mi planeta de chocolate me había enamorado de la
prosa de este autor y de la originalidad en la forma de tratar ciertos temas,
con Siete paraguas al sol he disfrutado con cada
detalle, con esas dosis de positivismo, y he terminado con un
“joder”, pero de esos de quedarte pensando cómo alguien puede escribir tan
jodidamente bien.
Nota: Reseña sobre mi novela Siete paraguas al sol,
publicada hoy en el portal literario Lecturafilia bajo el título "Quien sabe
cómo vivir, sabe vivirlo todo".
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