https://losargonautas.org/2016/12/a-proposito-del-keiro-no-hi/
Aseguran que hay en mi planeta Tierra…
Un estado tan envejecido que el número de
defunciones supera de largo al de nacimientos, que tiene más habitantes
jubilados que menores de edad, que dispone de numerosos clubs de centenarios,
que las listas de espera de los geriátricos multiplica a la de sus
guarderías... Una nación donde lo normal es cumplir muchos años, que las velas
no quepan en la tarta, que los peines peinen canas... Un lugar que presume de
algo que con frecuencia echo de menos en el mío: RESPETO hacia sus MAYORES.
Japón –etimológicamente significa origen del Sol-
podría ser actualmente ese país, al contar con la esperanza de vida más alta en
el mundo. Allí, una de cada cuatro personas supera los 65 años, gracias sobre
todo a la mejora de sus condiciones higiénico-sanitarias, a su dieta
equilibrada y a la moderación, resumida en ese aforismo del que han hecho
máxima: hara hachi bu, esto es, come hasta que estés lleno al ochenta por
ciento… Nada más.
En principio podría parecer que una sociedad así
tendría muchos problemas para subsistir: existe un riesgo de quiebra de la
pirámide demográfica al estrecharse sus estratos basales, aumentan las
enfermedades degenerativas relacionadas con la edad, crecen los índices de
dependencia, se dispara en paralelo el gasto sociosanitario… Sin embargo, en
Japón han sabido ver también sus beneficios al valorar a las personas mayores
como un tesoro, un pozo de sabiduría, un caudal de experiencias que bajo ningún
concepto deben desaprovechar. Tan
importante ser consciente de tu debilidad como de lo fuerte que puedas llegar a
ser. Porque cierto es que con el retiro ponemos punto final a un aspecto
básico de nuestras vidas como es el trabajo… pero, ¡la de cosas que empiezan
después de ese final!
Cada verano, los ciudadanos nipones celebran el Keiró
no Hi, o Día de Respeto a los Ancianos. A lo largo de esa jornada
festiva en la que incluso cierra la bolsa, los más jóvenes se comprometen en su
atención, visitándoles de manera expresa, cocinando para ellos, regalándoles
algún omamori –esa especie de amuleto hecho de tela que ayuda a preservar
la salud- u organizando diferentes festejos en su honor. A cambio, los mayores
comparten con los chiquillos sus experiencias, convirtiéndose por unas horas en
ese hermano mayor al que cualquiera se quisiera parecer. La simbiosis resulta
enriquecedora; no en vano, ¡lo
cierto es que los nietos también van para abuelos! Así, todos
juntos leen haikus, lucen sus kimonos, reviven la ceremonia del té, e incluso
revisan sus álbumes de fotos, descubriendo al contemplarlos lo que fueron. Entre
medias, reparten el sabio consejo de que nadie se agobie por el mañana porque el mañana traerá
sus propios agobios… Y finalmente cuelgan en las ramas de bambú pequeños
papelitos rellenos de deseos, a fin de bordar la vida antes de que se descosa.
Para el pasado, respeto… Para el presente, sosiego...
Para el futuro, esperanza. No podría ser de otra manera. Y además con humildad,
que es la barra de medir de su cultura.
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