En mi familia nos encanta el fútbol. Es algo que vivimos desde niños, que casi nos imprimieron en el código genético. De hecho, en casa seguimos con pasión los resultados de nuestros tres equipos de referencia: la Cultural Leonesa -representante de mi querido León-, el Real Zaragoza -parafraseando al genio Sabina, ¡qué manera de sufrir!-... y aunque pueda parecer una licencia que a muchos sorprenda, el argentino Club de Gimnasia y Esgrima, de La Plata. Y es que me hice tripero -así se apoda su hinchada- la mañana que descubrí su ideal -mens sana in corpore sano- y, sobre todo, aquella tarde del año 2005 en la que estuvo a punto de ser por vez primera campeón del Torneo Apertura, si bien finalmente debieron conformarse con el segundo puesto. Mis amigos platenses Rodolfo y Matías lo vivieron con tanta emoción que acabaron contagiándome, intercambiamos camisetas y desde entonces terminé siendo el último de sus aficionados.
Hoy se celebra el Día Mundial del Hincha de Gimnasia y Esgrima, y como tal, desde este humilde rincón, quisiera reivindicarme como un tripero más. Quizá por eso, me ha encantado que en el encuentro literario de Cuento Cuentos Contigo vivido ayer en León, mi amigo argentino Marcelo me haya presentado como seguidor de este club.
Porque sea en las gradas de su Estadio del Bosque o a este lado del charco, siempre habrá una voz dispuesta a decir algo que aprendí de esos amigos: que Gimnasia y Esgrima, como todos cuantos luchamos por un sueño, nunca se rendirá.
sábado, 10 de diciembre de 2016
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