En estos días próximos a la celebración del Campeonato de España de Selecciones Autonómicas de Balonmano en categoría base, varios amigos me han preguntado si al mismo acudirá mi hijo Manuel. La respuesta es ¡No!, pues los seleccionadores del combinado Infantil de Castilla y León han considerado -atendiendo a sus criterios- que hay otros jugadores en su puesto mejores que él.
Es cierto que en el último partido que visionaron contra nuestros vecinos de Sariegos, Manuel padecía una fuerte bronquitis que le impidió rendir como lo ha venido haciendo a lo largo de esta temporada, pero tampoco queda más por decir.
Simplemente toca respetar las decisiones, aceptar la situación, aguardar por si en el futuro viniera otra oportunidad y seguir entrenando/disfrutando de la práctica de un deporte tan hermoso. Lo hemos asumido con deportividad, deseando a nuestros representantes lo mejor en dicha competición.
Sin embargo, entre cuento y cuento de antes de dormir, sí le he compartido la historia de aquel jugador de fútbol, vecino y amigo mío en esa infancia de Zaragoza, al que también le apasionaba el deporte que practicaba.
A pesar de jugar en un equipo de barrio y no disponer de demasiados recursos, su familia jamás dejó de apoyarle... Y si bien hasta categoría juvenil pasó un tanto desapercibido, a partir de ese momento evidenció la calidad de su juego, llegando a fichar por primeros equipos, a ganar distintos trofeos y a participar incluso en un Mundial.
Su secreto -el mismo que pretendo transmitir a mi hijo- fue aparentemente muy sencillo: con independencia de lo que crean los demás, nunca dejes de creer en ti.
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