Me encanta Galicia. De siempre me ha entusiasmado. Quizá por eso la haya retratado tantas veces en mis libros, haciendo de un gallego (aquel entrañable Benito Expósito Expósito) el protagonista de Mi planeta de chocolate, y enmarcando en alguna de sus rías uno de los pasajes de mis Nanas para un Principito.
Razones de trabajo me han traído estos días hasta Pontevedra. Como siempre, la acogida ha sido extraordinaria. Por ello, a modo de agradecimiento, quisiera compartir unas líneas de mi Literatura referidas precisamente a esta tierra tan hospitalaria.
Y en efecto, Galicia: a terra dos fillos de Breogán.
El folklore celta asoma por los rincones, en estancias alejadas del asfalto. Su mitología, ora áspera, ora risueña, jamás será indiferente. Una sucesión de seres que viven en nuestra imaginación, alcanzando tantas formas como personas los imaginen. Las mouras, mujeres hermosas que habitan en sus castros guardando tesoros; el trasno, ese duende casero que acostumbra a revolver en la cocina; el Bergantín Pantasma, un barco pirata hundido frente a las Islas Cíes, que resurge en cada noche de tormenta. Los Xacios del río Miño, el Diaño Bulheiro de las veredas, la Peeira dos Lobos de los bosques, el gigante Olláparo. Y, por supuesto, las meigas. Algunas nunca envejecen porque siempre fueron viejas. Otras respiran con tal ansia que parece no haber aire que las sacie. Y todas, absolutamente todas, gozan de un sexto sentido que arremete cuando alguien les injuria.
Galicia, patrimonio de cuentos y leyendas. Quien así la siente, vaya a donde vaya seguirá estando allí. Quizá por eso el mismísimo Dios, después de crear el mundo, decidió apoyarse en ella para descansar, dando forma con los dedos de sus manos a las actuales rías mayores.
Y en efecto, Galicia: a terra dos fillos de Breogán.
El folklore celta asoma por los rincones, en estancias alejadas del asfalto. Su mitología, ora áspera, ora risueña, jamás será indiferente. Una sucesión de seres que viven en nuestra imaginación, alcanzando tantas formas como personas los imaginen. Las mouras, mujeres hermosas que habitan en sus castros guardando tesoros; el trasno, ese duende casero que acostumbra a revolver en la cocina; el Bergantín Pantasma, un barco pirata hundido frente a las Islas Cíes, que resurge en cada noche de tormenta. Los Xacios del río Miño, el Diaño Bulheiro de las veredas, la Peeira dos Lobos de los bosques, el gigante Olláparo. Y, por supuesto, las meigas. Algunas nunca envejecen porque siempre fueron viejas. Otras respiran con tal ansia que parece no haber aire que las sacie. Y todas, absolutamente todas, gozan de un sexto sentido que arremete cuando alguien les injuria.
Galicia, patrimonio de cuentos y leyendas. Quien así la siente, vaya a donde vaya seguirá estando allí. Quizá por eso el mismísimo Dios, después de crear el mundo, decidió apoyarse en ella para descansar, dando forma con los dedos de sus manos a las actuales rías mayores.
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