En mi caso, lo celebro de la mejor manera que conozco: compartiendo uno de mis textos (en concreto este, incluido en Nanas para un Principito), en el que precisamente me refiero a los amigos.
Dicen que la palabra "guardería" proviene del verbo guardar. Y debe ser una palabra importante pues, según parece, ese verbo del que procede resulta imprescindible para sobrellevar la vida moderna. De hecho, solo hay tres que le ganen en prestigio: cortar, copiar y pegar.
Como obedecer siempre resulta agotador, en la mía
conjugamos otros verbos menos nobles pero mucho más entretenidos: comemos
tortilla, reímos, lloramos, probamos las mil maneras de pintar con acuarelas,
moldeamos plastilina, ensayamos el ritmo de nuestros mayores… E incluso
aprendemos todas sus reglas para luego infringir alguna.
También fabricamos travesuras de distintas
categorías; la que no
le gusta a nuestra cuidadora, es que ha sido estupenda… Compartimos filosofías. Las hay buenísimas, como la de Daniela: hagas lo
que hagas, hazlo con todo tu corazón. También muy buenas, como las de Cristina: los escarmientos, mejor en cabeza
ajena. Buenas a secas, como la de
Romeo: la conquista comienza cuando la chica dice que no. Menos buenas, como la de Pablo: más vale ser malo siempre para no
defraudar cuando dejes de serlo... Y, cómo no, está la mía: cuanto más niño
seas, más cerca estarás del paraíso.
Aquí dentro, a diferencia de lo que ocurre ahí
afuera, la rutina resulta divertida. De entre todos los virus que nos rondan,
me quedo con el de la sonrisa; cuando alguien lo incuba, se contagia a su
entorno sin remedio. Además, por supuesto, ampliamos nuestro círculo de relaciones. Ayer Telmo me
quitó la pelota, mas un pequeño problema no puede estropear una gran amistad.
Porque afortunadamente –como acabarán enseñándome los años- cuando no existan
salidas, existen los amigos.
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