Me ocurrió en el concierto de Los Secretos. Al acomodarme en mi butaca, tras haber pasado religiosamente por taquilla, descubro que hay un palco reservado para la familia de cierto cargo político. Me da que todos entraron por la cara.
Volvió a sucederme en un partido de la selección. Al sentarnos en el asiento, después de haber comprado nuestra entrada, coincidimos con cierta pareja a la que habían invitado por ser amigos de alguien que dirige un organismo oficial. A ella ni siquiera le gustaba el fútbol.
Y me pasó de nuevo en una obra de teatro, cuyas tres primeras filas estaban reservadas por motivos de protocolo. Allí reconocí a uno de los asistentes, quien me aseguró que le habían regalado dos billetes desde otra institución. Su mérito: tener una empresa que trabaja para ellos.
En el intermedio de la representación, esa persona se acercó a saludarme, diciéndome literalmente "que a estos espectáculos había que venir para apoyar la Cultura". A lo que yo, cansado de tantas entradas gratis sin apenas motivo -por supuesto que entiendo y apruebo las que se den con criterio, aunque me da que son las menos-, le contesté:
- ¿Apoyar la Cultura? Eso lo hemos hecho el público sentado a partir de la cuarta fila... ¡El único que pasó por taquilla!
miércoles, 28 de septiembre de 2016
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