Conocí al escritor y compañero de editorial, Salvador Robles Miras, en la Feria del Libro de Burela. Por tierras gallegas, él asistió a una de mis sesiones de cuentacuentos y yo comprobé sus enormes dotes de orador. Además de compartir las vivencias de aquel encuentro, intercambiamos nuestros libros respectivos. A mí me tocó su Troya en las urnas, el siguiente ejemplar en mi lista de pendientes; a él le correspondieron mis Nanas para un Principito, si bien prefirió el detalle de que se lo dedicara a su padre, pues a él precisamente se lo quería regalar. Recuerdo lo que le puse: A Manuel que escribe cuentos, de Manuel que escribe cuentos... desde la certeza de que lo esencial será siempre invisible a los ojos.
Ayer por la tarde, Salvador compartía conmigo las impresiones que le había transmitido su padre a propósito de mi obra. Sé por ello que la disfrutó, apuntando al respecto que yo "era un escritor con una sensibilidad fuera de serie". Les doy las gracias a ambos.
Quizá tenga razón quien afirmase que las personas somos como los animales: también nos agrada que de vez en cuando nos acaricien. Y es que esta opinión, venida de ese otro Manuel, vocacional, octogenario y autor de tantos cuentos costumbristas, ha sido, además de una de esas pequeñas grandes alegrías que de vez en cuando te da la Literatura, una caricia en toda la extensión de la palabra.
jueves, 27 de octubre de 2016
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