A puntito de salir en nuestro coche hacia Miguelturra (Ciudad Real) para recoger esta tarde el galardón correspondiente al XXXVIII Certamen Literario "Carta Puebla", en su modalidad de cuento, y presentar allí mi nuevo libro Catorce lunas llenas, quisiera hacer una reflexión sobre un hecho que nos sucedió el pasado fin de semana en nuestra visita al parque temático de la Warner.
Una vez dentro, mientras guardábamos cola ante alguna de las atracciones, descubrí que había una modalidad de ticket llamada exprés, de pase rápido o -más técnicamente- Correcaminos. Categorizada por niveles, existe incluso una versión premium. Es más cara, si bien ofrece la ventaja de que accedes directamente y sin esperas a la atracción que hayas elegido. Por lo que vi, la preferencia con ella resulta absoluta, de manera que aunque lleves más de una hora aguardando turno, si viene alguien con su pulsera identificativa te pasa por delante. Y si quiere pasar dos, tres o más veces, también. Como aseguró el responsable de la puerta, "quien paga, manda".
Aun cuando sabemos de su existencia en otros espacios similares, considero que la segregación que produce entre sus visitantes resulta escandalosa. Quizá parezca exagerado pero, habiendo incluso niños de por medio, acaba dividiéndolos en categorías. Como reza su publicidad, "puedes entrar a cualquier atracción del parque a través de los accesos especiales tantas veces como quieras"... Y ante tal oferta, parece fácil caer en el abuso.
Por todo ello, he manifestado mi queja por escrito ante la Warner, al tiempo que -tristemente- he confirmado esa teoría propia que yo mismo defino como la regla del Titanic: si cien años después aquel trasatlántico se hundiera de nuevo, algunos botes salvavidas volverían a salir semivacíos.
A veces pienso que no cambiaremos nunca.
viernes, 14 de octubre de 2016
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