Hace muchos, muchísimos
años, allá en el corazón del Olimpo, había dos dioses enfrentados entre sí: el
dios del Sueño y el dios de la Tormenta. Y es que, según parece, el primero socorrió a unos marineros que
estaban a punto de ser engullidos por las olas que había producido el segundo.
Tal hecho enfureció en exceso a este dios, hasta el punto que el del Sueño –a
fin de escapar de tal enfado- decidió esconderse junto a sus hijos en una isla
encantada.
- No tenemos que entrar en
todas las peleas a las que nos inviten –les dijo-. Saldremos mañana en cuanto
asome la Luna, aprovechando su luz y protección.
No obstante, durante el
trayecto arribó un temporal de mil truenos causado por la Tormenta, que le
obligaron a cambiar de rumbo y desviarse de su destino. Así, el Sueño y sus
descendientes acabaron desembarcando en una isla desierta, prácticamente
inhóspita, condenados al mayor de los aburrimientos.
En aquel pedazo de tierra
rodeado de mar, apenas había vida, apenas había nada. A lo sumo un tumulto
impuesto que turbaba cualquier silencio interior. El Sueño y los suyos
comenzaron a deprimirse. No en vano, otras divinidades que habían llegado allí
acabaron pereciendo de tristeza. Por ello tuvo la idea de cantar todos juntos,
a sabiendas de que cualquier sentimiento acaba siendo más divertido, menos
desesperante, si le pones una canción.
Mas esta vez no funcionó.
Desde el alba hasta el
ocaso, la Tormenta les sometía a la tortura continua de sus huracanes. Y la había impuesto con tal tesón que esos vientos solo se retiraban por la
noche a descansar. Entonces, solo entonces, reinaba
algo de paz en la isla, iluminada tenuemente por esa diosa Luna que procuraba
adelantar su salida para que el azote pasara cuanto antes.
Durante esas horas
nocturnas, el Sueño –sabiéndose seguro- permitía a sus hijos salir de su manto
para que pudieran recorrer el mundo y liberarse de tanta desazón. Quizá por eso, cuenta la leyenda que cada
noche –bajo el amparo cómplice de aquella Luna que nunca les falló- esos sueños
deambulan libres entre nosotros, buscando personas dormidas en las que hacer
volar su imaginación. Y que de nuevo, cada mañana con cada amanecer, aquellos
vientos del dios de la Tormenta los traen de vuelta a la isla, encerrándoles
allí.
De ahí que existan tantos
tipos de soñadores, tantos empeños, tantas pesadillas… Tantos ideales a los que
con frecuencia nos aferramos, tratando de no despertar jamás.
Y así se cuenta y se
vuelve a repetir, esta leyenda que no tiene fin.
Nota: Versión particular de la leyenda árabe El origen de los sueños, incluida en mi libro Catorce lunas llenas.
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