jueves, 25 de marzo de 2021

Camaleones en Carnaval

Hace muchos años, al principio del principio, los animales recién creados decidieron organizar una fiesta de disfraces para así conocerse mejor. ¡Que por algo todos somos lo que vestimos!
A la Madre Naturaleza le encantó tal idea, proponiendo que se celebrase cuarenta días antes del primer plenilunio de aquella primera primavera.
Muchas especies decidieron preparar con tiempo su asistencia a la misma, a fin de deslumbrar durante el acto ante el resto de la fauna. ¡No en vano, la luz de aquella Luna resaltaría aún más su esplendor! De modo que algunas como las Cebras, optaron por los tintes del tizón, pintando su cuerpo con rayas sombrías; todas de manera diferente para que no hubiese dos exactamente igual… Como los Osos Panda, alternando en el suyo manchas oscuras y blancas, que incluso podían cambiar de tamaño… O como el mismísimo Cuervo, quien quiso teñirse tanto que acabó luciendo de negro.
Otras acudieron a los matices que ofrece el nacimiento del arcoíris. Y así, la Garza Azul se dio un baño entre añiles, mientras que el Canario lo hacía con amarillos, el Cardenal Norteño en rojos y la Mariposa Monarca entre naranjas.
Alguna de aquellas alimañas llegó incluso a mezclar pigmentos a su antojo, convirtiendo su cuerpo en el boceto de algún pintor. Fue el caso del Papagayo, de la Grulla Coronada, de la Carraca Lila o del Pato Mandarín.
Sin embargo, hubo un animal de entre todos que adoptó una estrategia distinta: la de cambiar de color según le fuese en cada ocasión. Se trataba del Camaleón. De manera que si se aburría hablando con la Avutarda se ponía de matiz grisáceo, mientras que si moría de risa ante los chistes del Pez Payaso adquiría una gama bermellón. Morado cuando se siente en apuros, ambarino si se muere de vergüenza, colorado al pedir un baile a su amiga la Salamandra.
Este atributo le convirtió en el protagonista indiscutible de aquella fiesta. Aún más cuando empezó a hacer mil gracias sacando su larga lengua o moviendo ambos ojos disonantes al ritmo de los compases que entonara el Ruiseñor... Y aún muchísimo más al vestirse de rosa ante aquellas cortinas magenta para pasar desapercibido, o al lucir su modelo granate suplantando la figura de algún Mono Aullador. Desde luego, nadie como él en simpatía, nadie con tanta originalidad.
Al margen de estos detalles, la gala resultó tan exitosa que la Tierra permitió a cada criatura que mantuviera de por vida las pintas con las que había acudido a la misma. Además, en muchos casos, encontrarían en ello miles de ventajas: cuando están en grupo, las rayas de las Cebras dificultan a sus cazadores saber dónde empieza y termina un ejemplar… Sus manchas en el cuerpo permiten a los Pandas camuflarse entre la nieve y la vegetación, mientras que con las faciales pueden reconocerse entre sí… Y muchas aves utilizan desde entonces el color de su plumaje para atraer parejas, repeler competidores, discriminar a individuos de especies próximas o amedrentar a posibles depredadores.
La Madre Naturaleza mantuvo aquel festejo cuarenta días antes del primer plenilunio de cada primavera. ¡Que la luz de nuestra Luna siga resaltando su esplendor! Y decidió llamarle Carnaval, al combinar los vocablos latinos “carne” –carne- y “vale” –adiós-, para significar que tras ella habría una tregua entre animales en su cadena de alimentación.
Finalmente y sin aviso –así acostumbra a llegar lo sorprendente-, eligió a aquel reptil escamoso que podía cambiar su coloración como rey de esta fiesta. De ahí que, en su hábitat natural, el Camaleón sea un ser tan admirado… De ahí que sea otro actor principal en carnavales… De ahí que en tantas culturas sea un ser sagrado, que nunca muere, que siempre está mutando, que a deshoras anda sonriendo en busca del disfraz más apropiado para la próxima celebración. Porque a veces, quizá demasiadas veces, todos somos lo que vestimos.
Y colorete, colorado, colorín… Esta historia que es bien cierta ha llegado a su fin.

Nota: Cuento incluido en mi libro Catorce lunas menguantes (MAR Editor), galardonado con el II Premio Liliput de Narrativa Joven.

1 comentario:

Cristina dijo...

Un cuento precioso para un libro precioso, aunque mi preferido sigue siendo el del Caballito de Mar, también el del Delfín. Gracias por escribirlo Manuel. Cris.