viernes, 26 de marzo de 2021

En el Día de la Escucha

Mañana 27 de marzo celebramos el Día de la Escucha; de ese ejercicio tan humano, tan necesario, en un mundo en el que tanto nos gusta hablar. Saber escuchar es un don con multitud de propiedades terapéuticas. Sin juicios, sin prejuicios. Quien es escuchado se siente acogido; sin ejercerlo no hay comunicación... Y eso lo sabe de sobras el personal de ese Teléfono de la Esperanza que ha hecho de la Escucha su señera. 
Esta semana he estado aquejado por una lumbalgia que me ha recordado algo que aprendí de cierto profesor: el dolor de espalda es el precio que pagamos por nuestra osadía de ponernos de pie. En uno de mis trayectos al fisioterapeuta me crucé con un mendigo que, sentado ante un cartel, pedía trabajo o algo para comer. Aunque iba justo de tiempo, entré al supermercado más próximo y compré una empanada con un refresco. Al salir se los di y le pregunté por él. Se llamaba Venancio, tenía más o menos mi edad y era de Ciudad Real. Casual o causalmente, justo de al lado de Miguelturra, ese municipio entrañable para mí, residencia de una familia querida, donde obtuve aquel premio literario. Me dijo que esta vida ladrona le había traído a mi ciudad, que estaba alojado en el albergue municipal, pero que no tenía ni dinero ni destino a dónde ir.
Tras unos minutos de conversación, le entregué aquella comida junto a una ayuda, deseándole de corazón la mejor de las suertes. Tal vez el destino vuelva a cruzarnos en otras circunstancias. En aquella despedida improvisada, él me dio las gracias. Como aseguró, no tanto por la empanada o esa naranjada, como por haberle dedicado un tiempo... ¡por haberle escuchado! Según me confesó, hacía mucho que nadie lo hace... y mucho menos desde que vamos con mascarilla.
- ¡Hasta otra, Venancio!
Entre tanto, llegué tarde a mi cita. Traté de explicarle al fisio los motivos de tal retraso, pero no me atendió. Ya da igual, tendremos que acortar la sesión... Me habría gustado que me hubiese escuchado. Porque he de reconocer que sus estiramientos alivian mis dolores, pero ¿cuánto alivio sin efectos secundarios genera cualquier Escucha?
Admito que, al volver a casa, me encontré mucho mejor tanto de la lumbalgia -ciertamente, esos masajes resultan efectivos- como de mí mismo -sin duda, también influyó el bálsamo de aquella conversación-. Y es que, parafraseando al cineasta William George Ward, saber escuchar es el mejor remedio contra la soledad, la locuacidad, la faringitis y -con su permiso- contra mi dolor de espalda.

5 comentarios:

Silvia Cortés Ramírez dijo...

No hay parte en el relato que no me haya conmovido o interesado; me ha enganchado el espíritu y es que leer es también saber escuchar. Te he escuchado y me has hecho bien. Gracias primo y cuidate esa espalda!

Silvia Cortés Ramírez dijo...

Ensanchado que no enganchado....maldito corrector!!

Musan dijo...

Muy cierta es la necesidad de ESCUCHAR. Aunque llevemos mascarillaz, casi tod@s queremos contar lo propio, más que escuchar lo ajeno. El reto de la generosidad está muy patente en tu relato.
Feliz Semana Santa. Un abrazo.

Musan dijo...

Mascarillas son "z"...

Musan dijo...

Sin....