viernes, 14 de enero de 2022

El balón rojo

En nuestro último paseo a orillas del Bernesga, mi amigo Nicasio refunfuñaba por lo cara que se ha puesto la vida. Estando en los niveles de inflación más altos de las tres últimas décadas, no es de extrañar que el precio medio de la cesta de la compra del pasado mes de diciembre haya sido el más gravoso de nuestra historia. Y eso que, a fin de aligerarlo ante las Navidades, su turrón de almendra fue en verdad de cacahuete. 
Por mi parte, le comentaba la presión asistencial que esta sexta ola de la pandemia ha impuesto en los centros sanitarios. Como suelo comentarle, si habiendo tantos casos seguimos ambos siendo Negativos, nos van a acabar dando algún diploma. Lo que no acertaría nunca es a saber de qué.
Así, deambulando entre banalidades, nos paramos ante otro cartel improvisado: "Perdido balón rojo en esta zona. Aunque parezca que no vale nada, para el niño que lo extravió tiene un precio incalculable", seguido de un Muchas gracias y cierto número de teléfono. Ante tal reto propuesto por el destino, nos sentimos incapaces de rechazarlo y comenzamos a buscar. Lo primero de todo, repartir el territorio:
- ¡Tú por aquel ribazo... Yo por esa orilla!
Luego, prestar atención al paraje.
Lo más probable sería que no encontráramos nada o incluso que encontrásemos otras cosas que no andábamos buscando. A fin de cuentas, la propia Historia de la Humanidad está repleta de ejemplos similares: Colón llegó a América cuando viajaba a las Indias Orientales, Fleming descubrió la penicilina mientras estudiaba hongos, o Madame Curie se percató de las propiedades de los rayos X realizando su tesis sobre las sales de uranio. Técnicamente, tal circunstancia se conoce como Serendipitia, que vendría a traducirse como la suerte del investigador bien preparado. Y es que a menudo, en nuestro proceso de indagación, hallamos resultados distintos a los esperados, aunque de algún modo los podrían incluso superar. 
Pues bien... Estando en esas, no vislumbramos pelota alguna pero sí -casual o causalmente- un billete de diez euros. ¡Mira que hemos salido tardes a pasear y nunca antes nos había ocurrido! ¡Pura Serendipitia! De manera que, entre la alegría y la sorpresa, decidimos destinarlo a comprar otro esférico que entregaríamos al chiquillo referido en el cartel. Nicasio, más sobrado de tiempo, se encargará de todo. Aunque justo ahora, con la inflación disparada, lo realmente difícil no sea buscar algo... sino encontrar cualquier tienda en la que vendan balones por ese módico precio.

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