Si el genial Gabriel García Márquez escribía para que sus amigos le quisieran más, yo escribo para querer más a mis amigos. Entre estos incluyo a nuestros vecinos, quienes -además de compartir barrio- se han acabado haciendo lectores de cuanto escribo.
Así, sabemos que los de la puerta de al lado, le susurran mis cuentos a sus hijas... Los del tercero se los regalan a sus nietos... La del cuarto está convencida de que narrando tan lindo, algún día mis obras serán bestseller... El panadero de la esquina se siente identificado con Benito Expósito Expósito -protagonista de mi novela Mi planeta de chocolate (Ediciones Irreverentes)- y su máxima de vida: cuando debas elegir entre dos opciones, toma siempre la que tenga chocolate... Una dependienta de esa tienda de ultramarinos comenta conmigo alguno de los relatos de Catorce lunas crecientes (Editorial Péndula), murmurando que le parece mentira que aquel a quien lee de noche, le compre su cecina cada día... E incluso el párroco del barrio, quien a pesar de su edad -o precisamente por eso- acudió a nuestra última presentación, asegura que escribiendo relatos con tantos valores estoy dispensado de rezar, pues encuentra mi oración entre sus renglones.
Sea como fuere, quiero agradecer sinceramente el apoyo de este vecindario a mi literatura, desde la convicción de que con ellos he alcanzado aquel objetivo: que escribiendo, les acabe queriendo más.
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