Dicen que madre no hay más que una. Y ciertamente,
para mí –supongo que como para cada cual la suya- la mía es única, especial.
Porque en la vida podrá haber muchos amores: de corazones solitarios que se
hacen compañía, de novios apasionados en una alcoba sin reglas, de matrimonios
que comparten telediarios e hipotecas, de un pariente a otro, de un amigo a un
amigo… Incluso los hay quienes adoran el éxito, la fama o el dinero... Pero
como el amor de una madre hacia su hijo no hay nada, absolutamente nada.
Se trata de un amor sordo, que no acostumbra a hacer
ruido. Desinteresado al máximo o, mejor dicho, únicamente interesado en que
seamos felices. Si el pastel es pequeño, dice que no tiene hambre. Si solo
queda agua para uno, dice que no tiene sed. Tampoco busca contraprestación
alguna, aunque yo procuro devolverle con besos todo ese cariño que profesa. No
obstante, por mucho que me empeño, su intensidad hace pequeña mi voluntad. Me
quiere tanto y tan bien que no consigo alcanzarla.
Nota: Párrafo perteneciente al relato titulado La astucia del gallo, incluido en mi libro Nanas para un Principito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario