En esta declarada Semana sin humo, comparto paradójicamente mi contribución con algo menos de mil palabras a una imagen de Julio A. G. Moro, en la exposición fotográfica Minería, pasado y ¿futuro?:
Mi
padre repetiría unas cien millones de veces que soy una persona exagerada. Que
mentir no miento, pero que explico las cosas de tal modo que convierto en
gigante la más diminuta de nuestras historias. Él resumía aquella idea con una frase:
- Si
mi hijo dice que llueve, ¡llueve! Ahora bien... aunque jure que el agua cae a
mares, asomaos antes a la ventana. Probablemente sean cuatro gotas.
A
veces, desde la exageración se ve mejor el alma.
El
origen de esa fama arranca del día que vi salir humo de los graneros. Avisé a
los mozos en el bar de la plaza e incluso alertamos a los forestales por si se
tratara de un incendio. Corremos con cubos de agua. Y allí, al abrir la puerta,
está el Bienvenido fumándose un puro que, efectivamente, desprende una humareda
escandalosa.
Papá
sale en mi defensa:
- Más
vale prevenir... ¡A quién se le ocurre prender un cigarro donde hay tanta paja! Has hecho muy bien al advertirnos.
Sin
embargo, en casa conmigo a solas, apostilla:
- La
próxima vez que veas humo, asegúrate de que también hay fuego. Y no vayas al
bar; nada les molesta más que interrumpan su partida.
La
vida es una sucesión de meteduras de pata.
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