Lo he dicho muchas veces: me apasiona la investigación histórica. Y de entre los temas que he trabajado al respecto, hay uno por el que siento especial cariño: el de los niños expósitos, entendiendo como tales aquellos pequeños que eran abandonados por sus padres, preferentemente a las puertas de una inclusa.
Parafraseando lo dicho, estoy convencido de que también existen los llamados libros expósitos. Esto es, obras abandonadas por sus verdaderos autores (conocidos como negros en el argot literario) para que sean firmadas por otros. En este sentido, siempre he admitido que cuando remití a una editorial el borrador de mi primer libro, El amor azul marino, hace ahora diez años, uno de sus agentes llegó a plantearme la posibilidad de que escribiera para terceros, alegando que así ganaría más dinero. Le respondí y volvería a responderle que "no".
En Internet hay anuncios buscando escritores que escriban al mejor postor, ofreciendo suculentos beneficios... Y si existen, es porque se usan.
Por otro lado, sin ánimo de menospreciar a nadie, cuesta creer que determinados personajes televisivos -presentados como autores de best sellers- sean capaces de redactar lo que dicen que redactan.
Por casualidades del destino, hace unos días cayó en mis manos una novela ambientada en un contexto histórico muy concreto, escrita por una persona que a priori nada tiene que ver con ese tema. Es su opera prima, y realmente sorprende lo bien narrada que está y el poco tiempo que ha tardado en su elaboración -seis meses, según refiere-. Pero al departir con él, uno se da cuenta de que desconoce las bases históricas sobre las que se sustenta, que en verdad sabe muy poco de sus propios personajes y que, francamente, cuesta creer que sea de su autoría.
Si fuera mal pensado, podría afirmar que esa obra cumple todos los criterios para ser un libro expósito... El primero que habría sido capaz de descubrir a lo largo de mi vida.
martes, 19 de mayo de 2015
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