Nuestro día a día rebosa sentimientos, a
los que Adelaida acostumbra a renombrar. Está el amor recompensa, que
experimenta cuando alcanza aquello que desea. Hay pasiones nata con fresa,
propias de un capricho satisfecho. Existe la amistad filete de
ternera que tanto le alimenta; la tristeza tipo otoño, que cala
hasta los huesos. E incluso el odio arte moderno, tan incomprensible
como difícil de explicar.
Yo siento, tú sientes, ella siente… No en vano, sentimientos son la
impronta que las personas nos dejan en el alma.
A veces, desde esa intimidad que ofrece
la noche, Adelaida piensa que su estancia en Frankfurt está llena de
artificios. Que la luz no es la luz de su infancia. Ni esa luna, ni esas
calles, ni esa monotonía. Tan falaz que teme que cualquier alba el sol se caiga
a pedazos por la sencilla razón de que sea de mentira.
Por estas latitudes llueve mucho. Tanto
como recuerda a su padre y aquella coletilla que siempre repetía.
- Que
llueva no depende de ti; que lleves paraguas, sí.
Nunca
olvidará el día que le contaron que estos objetos –al igual que los guantes o
los abanicos- poseen un lenguaje definido. Los cortesanos franceses flirteaban
con ellos: si lo dejo caer dos veces, significa que te amo. Los psicoanalistas
ingleses escribieron tratados a propósito de su uso: quien lo apoya sobre el
hombro, rememora su pasado. Dime cómo llevas el paraguas y te diré quién eres.
Incluso algún vecino de Puerto Nuevo de las Cerezas transmite información a su
través: si pasadas las diez de la noche ves el del señor Macario en el
paragüero del teleclub, no tardarán mucho en venir a buscarle –con un enfado
evidente, por supuesto- su mujer y su suegra.
Adelaida añora a su hijo con todas sus
fuerzas. Tantos juegos a su lado en el cigarral, tantas estrategias para que
comiera: la cuchara hecha avión que tras miles de piruetas aterriza en su boca,
el señor que si no terminas pronto vendrá con una inyección… Y aquel clásico
que acabase cambiando por las circunstancias:
- ¡Esta
cucharadita para mamá, esta también para mamá!
Cuando se trata de ese tipo de recuerdos, la resistencia es
inútil. Porque los niños nos complican la
existencia, aunque sin ellos la existencia no tendría sentido.
Nota: Párrafo incluido en el capítulo titulado Cruce de caminos, perteneciente a mi libro Siete paraguas al sol.
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