De hecho, muchos fines de semana -ya sea en la ribera del Bernesga o entre las veredas de nuestro pueblo- realizo plogging, esa práctica a medio camino entre deporte y ecología, consistente en hacer ejercicio mientras recogemos los residuos de la zona... en cada sesión de cuentacuentos procuro transmitir valores de respeto hacia la Naturaleza, resaltando que esa basura que le tiramos no habla, pero dice mucho de nosotros... Y en mi libro Catorce lunas menguantes, de MAR Editor, con el que obtuve el II Premio Liliput de Narrativa Joven, apuesto abiertamente por la llamada educación verde a través del cuento, para intentar salvar entre todos este planeta azul.
Mi insistencia en el reciclado de basuras ha sido tal que en su día hablé con el director del colegio de nuestros hijos para que, tratando de que fuera selectiva, pusieran en su patio contenedores de colores y se enseñara a los niños cómo debían hacerlo.
Dicho esto, manifiesto mi decepción porque esta mañana -a eso de las siete y media, acudiendo al Hospital donde trabajo- he visto a cierto camión municipal de la basura volcando en su cajón los desechos de contenedores de distintos colores, sin discriminar su contenido ni importarle el esfuerzo que probablemente hicimos los ciudadanos para su segregación... Y desde esa decepción, con una emergencia climática que tristemente ha llegado, me sobreviene la idea de que no tenemos remedio.
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