Santiago Morata es otro de
esos amigos que me ha proporcionado la Literatura. El hecho de que empezáramos
a escribir casi al mismo tiempo ha permitido que coincidiéramos en distintos
foros, presentaciones, firmas de ejemplares y alguna que otra feria. Asimismo
hemos compartido proyectos, pudiendo presumir de haber leído los cinco libros
que hasta la fecha lleva publicados.
Santiago es un hombre
polifacético: viajero empedernido, apasionado de la fotografía, diseñador,
pintor de óleo, escritor… Y en todas esas actividades cultiva una innegable
capacidad de sorprender. Sus cuatro primeras obras pertenecen al género de la
novela histórica, habiéndose sumido con acierto en los orígenes del Reino de
Aragón o en los entresijos del Antiguo Egipto.
Con estos antecedentes,
llega a mis manos su último libro: El color del cielo (Ediciones Nowtilus).
Un texto que mantiene muchos de los indicativos del sello de Morata: la
intención clara de entretener, un ritmo fluido desde el principio, unos
personajes tan cercanos como elaborados, esa fina e inteligente ironía, el
factor sorpresa para su final… Pero sin embargo, resulta diferente a los demás.
No en vano, el propio autor se ha referido a él como un “divertimento propio”,
una “fábula”, un “desahogo”.
Para empezar, El color del
cielo es una novela de ficción protagonizada por dos personajes distantes en
el tiempo –Pol en el pasado y Peter en el futuro-pero próximos en sus vivencias,
capaces de comunicarse e interactuar a través de los sueños. El de Peter es un
mundo caótico, en el que las grandes ciudades han ido desapareciendo a
consecuencia de las guerras, los desastres naturales, la contaminación. El de
Pol es un mundo anterior que sobrevivió a un cataclismo similar. Ambas
historias paralelas que acabarán convergiendo se narran en primera persona,
alternando episodios de vigilia y sueño. En ellas, el color de sus cielos
respectivos juega un papel fundamental.
La trama incluye referencias
a la novela negra –desde secuestros a asesinatos, que ayudan a mantener su
tensión argumental-, elementos apocalípticos –describiéndose con crudeza una
Tierra al borde de su fin-, apuntes ecológicos, licencias sensuales tratadas
siempre con delicadeza e incluso un guiño probablemente intencionado al mito de
la cueva de Platón –dado que es ese el refugio al que recurren ambos
protagonistas. Contiene además una aguda crítica a la intolerancia social –como
ocurre con la tribu de Pol- y un claro mensaje de concienciación medioambiental
–a caballo entre el terror y la esperanza- sobre el trato que estamos
dispensando a nuestro planeta.
En definitiva y en mi
opinión, El color del cielo es una novela interesante, ágil, entretenida, fiel
al estilo de su autor que –si bien resulta especialmente recomendable para los
amantes del género de ficción- sorprenderá a cualquiera de sus lectores,
invitándoles de paso a esas mismas reflexiones.
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