En Puerto Nuevo
de las Cerezas abunda un tipo de uva llamado garnacha, cuyas vides pintan de
morado cada amanecer. Es una cepa rústica, resistente a la sequía, plagas y
enfermedades. De color negro y racimo para mesa, su grano resulta dulce,
ovalado, de piel fina, pulpa jugosa. El vino que produce –sea tinto o rosado-
tiene cuerpo, solera, color granate y un aroma exquisito a base de especias.
Los viñateros suelen mezclar su mosto con otros, aprovechando ese poder de
adaptación. Así, da cuerpo al que no lo tiene, textura al aguado, tonalidad al
pálido, dulzor al amargo. Y tanino –principal fuente de vida- a todos sin
discreción.
En cualquier
sitio anhelamos ese tipo de persona llamada garnacha,
cuya presencia dibuje sonrisas en cada atardecer. Hombres y mujeres que
facilitan, que destensan los conflictos sin perder sus convicciones, que no
llenen de trabas cuanto le propongas. Gestos que den confianza a quien
desconfía, aliento al abatido, un hombro en el que apoyarse a quien precise de
apoyo... Sabiendo que a su lado parecemos mejor de lo que somos.
Nota: Párrafo perteneciente al capítulo titulado Cien paraguas al sol, incluido en mi libro Siete paraguas al sol.
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