Mientras
se ponían sueldos sin medida de hasta tres millones y medio de euros, nos
decían que debíamos trabajar más y cobrar menos. Mientras derrocharon sin
vergüenza casi dieciséis millones de euros, nos culpaban de que hubo un tiempo
en que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Mientras saciaban
en barra libre tantos caprichos, el Estado rescataba a sus entidades con miles
de millones del erario público. Mientras pagaban como gastos personales bebidas
alcohólicas, masajes filipinos, fiestas en discotecas o viajes paradisíacos, nos cobraban
comisiones desmedidas, vendían dudosas preferentes o desahuciaban a quien no pudiera correr con sus debes…
A
veces, cuando escribo, cuesta mucho encontrar ese adjetivo que describa
perfectamente lo que sientes, lo que en verdad quisieras decir. Ante el asunto
de las tarjetas opacas de Caja Madrid, lo que me sobran es precisamente eso:
calificativos para los implicados. Sin embargo, no les concederé ninguno.
Reservaré mis palabras para exigir responsabilidades, que devuelvan el dinero
usurpado, que sean expulsados de aquellas instituciones a las
que representaban y que –con o sin adjetivos- cuenten sin reparos con todo nuestro
repudio.
martes, 21 de octubre de 2014
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