Pasadlo muy bien los que estéis en Zaragoza, felicidades a mis amigas Pilares, tened buena lectura cuantos me leáis... Y feliz domingo para todos.
Definitivamente, el pueblo de mi abuela Rosita está lleno de carteles. En la calle de la escuela, justo debajo de la señal de tráfico que advierte del paso de sus alumnos, alguien escribió sobre un cartón: "Circulando despacio también se les enseña". Ante la sala principal de aquella biblioteca, una cartulina reza: "Prohibido perder el conocimiento". Sobre la puerta de la farmacia, pintaron esta frase: "Venimos aquí porque no tenemos más remedio". Y en la marquesina donde paran sus autobuses, un grabado avisa a las mozas casaderas: "No te enamores del conductor; será un amor pasajero".
También es un lugar repleto de paradojas: el sol que
más deslumbra es aquel que va a morir, no es ningún cumplido recordarle a una
señora los años que ha cumplido, las gallinas que más cacarean acostumbran a
ser las que menos huevos ponen, los que miran continuamente al cielo deben
tener cuidado con las piedras del suelo, y el peluquero –aunque se esmere en
disimularlo- lleva peluquín. Como él mismo asegura, lo importante no es que se sepa
sino que no se note.
Siempre fuimos muy sensibles a los pequeños
detalles. Y es que en la vida, al igual que en nuestro pueblo, tampoco cabe esperar
demasiadas lógicas.Nota: Párrafo perteneciente al relato La luna y el lobo, incluido en mi libro Nanas para un Principito.
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