Clasificar
cuanto nos rodea forma parte de la naturaleza humana. Y así, fieles a esa
costumbre, componemos catálogos para todo: de plantas interiores, de comidas
por países, de animales en peligro de extinción… Algunos, los más osados,
clasifican incluso a las personas: en dominantes y recesivas, en los que viven
la vida y los que la cuentan, en actores que interpretan o narradores que
escriben… Aun admitiendo que Amparo se siente a medio camino en esta última
categoría, ha tratado siempre de ser moderada a la hora de hacerlo. Y es que
quien te clasifica, te limita.
Otro
tanto ocurre con el verbo coleccionar. El ser humano tiene una querencia innata
a conjugarlo, sea con monedas, sellos, cajas de cerillas de distintos hoteles,
postales, dinero o sentimientos. Al fin y al cabo, en eso consiste el trabajo
de la joven. Creemos firmemente que aquello que acaparamos será nuestro para
siempre. Porque en el fondo, como alguien sentenciara, coleccionar es el
consuelo del hombre ante su condición de mortal.
Nota: Párrafo perteneciente al capítulo titulado El bosque de los arrayanes, incluido en mi libro Siete paraguas al sol.
¡Feliz fin de semana!
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