No
hay peor ciego que el que no quiere ver, peor sordo que el que se niega a
escuchar, peor mudo que el que no tiene discurso.
A sus nueve años recién cumplidos, Benito se ha enamorado de Vanesa. Así, de
pronto y perdidamente, sin efectos secundarios, a punto de caramelo. Ya le pasó
otro tanto con María, la enfermera gaditana que tan bien les atendiera en su
periplo por tierras galas; con doña Rufa, en sus lecciones de urbanidad... E
incluso con Montse, la menor que cada noche duerme junto a esa maleta,
esperando reencontrarse con sus padres.
Peor
el amor platónico que el no correspondido. Si fracasas, al menos lo intentaste.
Sin embargo esta vez parece diferente, único, solo mío pese a ser de tantos.
Un
hombre sin un gran amor es solo medio hombre. Un niño con un gran amor es
doblemente niño.
Benito
sufre sus síntomas en silencio: rubor de las mejillas si la veo, flaquear en
las piernas cuando viene, un turbo en el marcapasos si le mira. Incluso daría
por ella su tesoro: una chocolatina. Porque ese sentimiento, a diferencia del
egoísmo, es entrega, no posesión. ¡Todavía no sabe que a lo largo de su vida
morirá muchas veces por su culpa!
Nota: Párrafo perteneciente al capítulo Próxima parada: Morelia, incluido en mi libro Mi planeta de chocolate.
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