En casa, las vísperas del seis de enero se vivieron
siempre de manera especial. Junto al sofá del salón -además de unos zapatos con
sus nombres respectivos-, dejábamos un mensaje repleto de dibujos dando la
bienvenida a esos magos, algún vasito de tinto para los pajes, agua y pan para
sus camellos, turrón por si tienen hambre, guantes de lana por si pasan frío.
Hubo un año en que con las prisas derramaron el vino sobre la alfombra… Pero si
han sido los Reyes, ¿por qué se enfada tanto mamá con papá? La puesta en escena
desbordaba tal realismo que aún sigo creyendo que aquellos señores que vienen
de Oriente solo podían ser de verdad.
Desde los retazos de aquel recuerdo y aun a riesgo
de que nos traigan carbón, he escrito siempre ese día la primera página de mis
libros. Y es que, en cierto modo, no dejo de percibirlos como un regalo.
Nota: Párrafo perteneciente al prefacio La regla del siete, incluido en mi libro Siete paraguas al sol.
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